Luis Manuel Ormachea Azpilcueta. 1974. Cusco. Actualmente, radica en Arequipa. Ha publicado
en ediciones artesanales los libros de poesía Índice, Bóveda, Apología del
Absoluto Cotidiano, Tela de Juicio, Palabra de Hombres Reunidos bajo Árbol
Extranjero y en la revista Siete Relatos Breves.
Finalista en la XIII Bienal Internacional de Poesía Premio COPE, 2007.
Por el momento, no se ha consignado mayores datos. Sin embargo, considero que esto es, más bien, producto de una excesiva sencillez.
Por ejemplo debo agregar que tengo registro de que es el reciente ganador del I Concurso de Cuento Breve "Ciudad de Marca" llevado a cabo en la región de Ancash.
Estaremos atentos a su labor literaria. Por ahora, los invito a leer el presente cuento. Una muestra breve de una voz narrativa interesante.
RÍO ABAJO
Es el peor de los silencios: la
radio abierta, los resuellos ahogados, el cuerpo dividido porque sus miembros
se han dispersado en muchas direcciones, río abajo, tiempo abajo, para salvarse.
Hay que morderse los pensamientos si no se quiere estallar y salir corriendo,
hay que fumar, fumar y aplastarse, y aplastar esa bandera peligrosa del humo,
adentro, entre los dientes. La prisa, de reloj o cuadrante, de mecanismos y
merodeadores establecidos en la maciza sonoridad de cada árbol los describe:
porque todo está tenso, porque no hemos llegado a ningún acuerdo, porque Ellos
se han pintado de negro para asemejarse a la noche, y han cortado la noche en
dos, y han vomitado un sol moribundo y humeante para vernos. Nos van a matar
las estaciones, si no Ellos, el temblor
nos va a consumir si no Ellos; Ellos, los que nos van a colgar de cabeza en
algún útero perverso, sobre un cilindro trastornado, para la electricidad
voraz. Nos van a preguntar hasta que no quede ni una sola respuesta. Y todo
será derrumbado, porque este es nuestro último reducto. Porque vienen, porque
los vemos, porque arrasan con sigilo descomunal el grave presentimiento de las
hojarascas, porque ya los oímos. Tienen perros y verdad, poseen y traen sus
páginas vociferantes, sus palabras, que no sabemos oír, aunque hagamos girar de
derecha a izquierda nuestro miedo, aguzando el oído: con esas palabras quemarán
nuestras palabras en un juicio último. Se han preparado durante épocas para
esta noche. Han pulido, han cargado, han revisado y rastrillado. Alguien ha
cantado para Ellos nuestros nombres, y Ellos los han memorizado con ferocidad,
conocen de nosotros más de lo que nosotros conocemos sobre nosotros mismos,
sobre el número ya gastado y disperso de nuestro cuerpo, sobre el idioma ya
develado de nuestros más urgentes secretos; y por fin, y sabiéndolo, están
cerca, tan inminentes que el cuerpo y sus mensajes nos han abandonado, tan
cerca, tanto, que el aire los delata antes de este silencio y esta noche: eran
las migraciones, los cerdos tras las familias, los perros adelantados, las
plumas que inundaron el río, los huesos, que eran, vivos y juntos, y que ya no
podrán arrastrarse, aparearse, parir, permitir que jugaran sus crías con los
nacidos, con la esperanza de que los nacidos aprendan a crecer y florezcan
hambrientos, y los hallen: huesos, y los reconozcan: nutritivos, y los tomen:
imprescindibles, porque Ellos los habían tomado primero: envenenándolos, porque
Ellos los habían sabido desde antes: arrasándolos, porque Ellos nos sabían
hambrientos desde antes, porque nos querían hambrientos ante Ellos, porque nos
quieren débiles cuando estemos ante Ellos, porque nos mentirán el hartazgo a
cambio de otros nombres, porque nos venderán el sueño a cambio de otros
nombres, porque ofrecerán aliviar este silencio que nos roe, y nos desangra.
Pero no vamos a llegar a ningún acuerdo, aunque no los vayamos a detener,
aunque no los podamos detener, aunque nos sobrepasan en número, en paciencia.
Y, aunque lo hiciéramos: ofrecerles las manos más abiertas, los brazos más
alzados, los cuerpos más desnudos, los nombres más guardados, los planos, las
manzanas, los números en las manzanas, las ciudades exactas, las palabras
exactas, los emblemas secretos, las verdades, los caminos, las horas, los
aspectos, la dirección y el destino de nuestro escaso cuerpo ya disperso,
tiempo abajo, río abajo, cielo abajo, en ya tan poca libertad y en ruinas, en
franca estampida, aun así, Ellos caerán desde la tierra sobre nosotros, caerán
sobre nosotros, desde los helicópteros, caerán: para que caigamos, para que
flotemos, para que nadie sepa que estuvimos aquí, para que nadie entienda por
qué estuvimos aquí.