Escritora y redactora
creativa
Estudió Comunicaciones en la Universidad de Lima y Redacción (Creatividad) en la Escuela Superior de Creativos Publicitarios (Argentina). Publicó los microrrelatos “La sombra”, “Histeria” y “Limpieza mental” en revistas electrónicas de Perú y Argentina.
Participó en antologías con los microrrelatos “Números Naturales” y “Encuentro del Tercer Tipo” (Perú- Argentina).
Participó en Jornadas literarias peruanas e internacionales como “La Jornada Trinacional de Microficción Chile – Argentina – Perú” (Santiago de Chile).
Trabajó en editoriales, agencias de publicidad, de periodismo, animación y medios digitales. Actualmente trabaja como Community Manager
Estudió Comunicaciones en la Universidad de Lima y Redacción (Creatividad) en la Escuela Superior de Creativos Publicitarios (Argentina). Publicó los microrrelatos “La sombra”, “Histeria” y “Limpieza mental” en revistas electrónicas de Perú y Argentina.
Participó en antologías con los microrrelatos “Números Naturales” y “Encuentro del Tercer Tipo” (Perú- Argentina).
Participó en Jornadas literarias peruanas e internacionales como “La Jornada Trinacional de Microficción Chile – Argentina – Perú” (Santiago de Chile).
Trabajó en editoriales, agencias de publicidad, de periodismo, animación y medios digitales. Actualmente trabaja como Community Manager
Noches eléctricas
“Los movimientos eléctricos fueron más
fuertes que yo... no tenía escapatoria. Necesitaba volar,…
sentirme libre”
Ella bailaba desesperada, la música no
era suficiente para llenar su alma.
Su cabello azabache no permitía verle el
rostro por los movimientos que se salían de órbita, más potentes que una
máquina excavadora.
Llevaba una minifalda blanca, botas
blancas a la altura de las rodillas, gafas azules colgando en su pecho y una
camisa metálica de mangas largas.
Las luces giraban en torno a ella. Era el
centro de atención.
Pero a Leia no le importaba la gente; se
concentraba con los sonidos que retumbaban en su mente.
La música electrónica ensombrecía el
lugar al estilo de David Vendetta,“Dark Room”.
Por momentos danzaban bailarinas exuberantes, vestidas con minifaldas negras, ligas y politos escotados, tratando de amenizar la noche y subir al máximo las revoluciones.
Un grupo de chicas en fila se movía lo más sexy posible, a la espera del chico más guapo. Y las que tenían pareja no bajaban la guardia frente a una posible rival.
Por momentos danzaban bailarinas exuberantes, vestidas con minifaldas negras, ligas y politos escotados, tratando de amenizar la noche y subir al máximo las revoluciones.
Un grupo de chicas en fila se movía lo más sexy posible, a la espera del chico más guapo. Y las que tenían pareja no bajaban la guardia frente a una posible rival.
Leia bailaba sola, con los ojos
cerrados, en un extremo de la pista. Agitaba las caderas y los brazos de manera
sensual y rápida. Por momentos saltaba. Varios la contemplaban hipnotizados.
Otros comentaban sobre sus movimientos intensos. Algunos chicos la abordaban
tratando de seducirla, pero ella mostraba total desprecio. Algunas chicas se
divertían observando los rechazos, mientras otras la miraban con envidia.
Las bailarinas, atentas a las escenas,
se contorneaban con más fuerza.
Al no quedar tranquilos, un chico de
pelo color verde, se acercó a Leia tratando de abrazarla. Ella, irritada, hincó
sus ojos azules sobre él. Caminó intempestivamente hacia el centro de la pista
y se quitó la camisa metálica con desesperación. Llevaba puesto un bibidí
blanco y un rosario negro. Se colocó las gafas azules que tenía colgada y
retomó sus movimientos.
Las descargas eran más potentes y
rápidas. La gente se tornaba neurótica y salvaje. Las cuatro de la madrugada no
era suficiente para nadie. Desde
las bebidas más exóticas hasta los energizantes más poderosos rondaban. Las drogas corrían por doquier, haciendo más grande el
placer de sentir y bailar.
Los comandos mixtos se alineaban en sus
puestos. Todos los ojos estaban puestos en Leia.
Un grupo de chicas la rodearon y
empezaron a bailar formando un círculo. No se podía saber si era un escudo, una
trinchera o una barricada.
Leia, sin prestar atención a su
alrededor y sumergida en los sonidos, se cogió la cabeza sacudiéndola de un
lado a otro.
A los pocos minutos un chico se acercó
al gran escudo y todas se agarraron de las manos. Jamás dejarían que alguno
baile con Leia.
Él pidió una explicación.
-
Primero baila conmigo, luego podrás
tenerla. – dijo Flavia, la comandante del plan.
Él aceptó y ella salió del escudo para
bailar.
Luego de cinco minutos ella le guiñó el
ojo y riéndose se dirigió al baño, mientras las otras se volvían a agarrar las
manos.
Él, engañado y vencido, ante la mirada
molesta del grupo de chicas burlándose, optó por regresar a su sitio.
Leia no tomaba alcohol ni iba al baño
para meterse éxtasis. Solo danzaba.
Uno de ojos rasgados y camisa blanca se
acercó al escudo para negociar. Flavia respondió señalando con el dedo:
-
Primero tráelo a él. El que tiene el
pelo negro, ojos verdes y está vestido todo de negro. También al moreno con la
camisa abierta. Y al rubio con pantalón de cuero.
-
Si quieres acceder a ella que primero
bailen con las chicas.
-
Espero que no vengan con estupideces
porque me voy a enfurecer – dijo él.
-
Esta vez es en serio- respondió ella
tratándolo de convencer.
Los tres solicitados aparecieron y tres
chicas salieron de sus lugares para el ritual.
Una empezó a besarlo, la otra lo manoseaba por todas partes y la tercera solo lo coqueteaba. Los chicos se dejaban manipular para no estropear el plan.
Luego, una de ellas le pidió el número y este no le quiso dar, otra propuso a su pareja ir a un hotel y no aceptó, y la tercera lo retenía porque él quería huir.
Una empezó a besarlo, la otra lo manoseaba por todas partes y la tercera solo lo coqueteaba. Los chicos se dejaban manipular para no estropear el plan.
Luego, una de ellas le pidió el número y este no le quiso dar, otra propuso a su pareja ir a un hotel y no aceptó, y la tercera lo retenía porque él quería huir.
Las tres, histéricas, dejaron a sus
parejas y regresaron otra vez a conformar el escudo, incumpliendo lo prometido.
Ellos extremadamente irritados las siguieron pidiéndoles una explicación.
Flavia se rió descaradamente por haberlos hecho quedar en ridículo. Y uno de los chicos, el de ojos verdes, con toda la rabia contenida, se desahogó dándole una cachetada hasta derribarla.
Flavia se rió descaradamente por haberlos hecho quedar en ridículo. Y uno de los chicos, el de ojos verdes, con toda la rabia contenida, se desahogó dándole una cachetada hasta derribarla.
-
¿Acaso eres imbécil? – Gritó uno.
-
¡Ella es mujer! – Dijo otro
-
¡Eres un animal! – Continuó un tercero.
-
¿No te das cuenta de que esta zorra
estuvo burlándose de nosotros?– Él se defendió.
Flavia, enfurecida, corrió directo a él y
le atacó a puñetazos. Uno de los observadores, la cogió del brazo y la levantó en
vilo. Por descuido tenía la falda arriba. Todos se quedaron admirados, porque además de no llevar
calzón, poseía unos glúteos prominentes. El chico de pelo verde le dio una
palmada en una de las nalgas. Luego la llamó “puta”. Las demás chicas, irritadas,
lo empujaron con todas sus fuerzas.
Las descargas llegaban a su máximo
voltaje. Leia, con los brazos extendidos a los costados, daba vueltas como si
estuviera perdida en el espacio.
Por el impacto, el de pelo verde chocó
con Leia. Ella y sus gafas cayeron al piso. Las luces intermitentes botaban 15 destellos por segundo y
los sonidos repetitivos explotaban.
Leia cogió la cruz que llevaba en el pecho y con una sonrisa empezó a mover los brazos y la cabeza de una manera desequilibrada, frenética. Convulsionaba. Sus ojos desorbitados y la espuma que salía de su boca manifestaban una sensación de libertad, de placer.
Leia cogió la cruz que llevaba en el pecho y con una sonrisa empezó a mover los brazos y la cabeza de una manera desequilibrada, frenética. Convulsionaba. Sus ojos desorbitados y la espuma que salía de su boca manifestaban una sensación de libertad, de placer.
Al instante apareció un hombre de
seguridad y llamó a la ambulancia.
La pelea entre los demás seguía. Las
botellas volaban por la pista de baile, y los gritos, más aterradores que los
de un torturado, eran similares a los de un centro psiquiátrico.