Nació en Lima el 23 de marzo del
año de 1984. Es bachiller en la especialidad de Literatura de la Universidad Nacional
Federico Villarreal. Ha ganado el primer lugar de cuentos organizado por la
biblioteca de la Facultad de Humanidades de su casa de estudios; asimismo, el tercer
lugar de los primeros juegos florales organizados por la Universidad Nacional
Agraria de la Molina, y el primer lugar del concurso nacional organizado por la
CONAJU. Varios de sus cuentos han sido publicados en algunas revistas de Lima y en la Revista Al Margen, de
Argentina. En el 2012 publicó su primer libro de cuentos: “La muerte se sueña
sola”. Actualmente cursa la maestría de Estudios Culturales en la escuela de
postgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
NUBE SILENCIOSA
Juan López siempre se había considerado un tipo normal, un poco más
listo que el común de las personas, pero
un chico común y corriente al fin y al cabo. Había tenido una niñez como la de
cualquier otro niño, con resfriados y varicela, peleas provocadas por un juego
de futbol, fugaces enamoramientos que él siempre creyó eternos. Y aunque nunca
fue muy religioso, en realidad nadie en su familia lo era, siempre creyó en Dios, al punto que todavía
conservaba la vieja costumbre de rezar de vez en cuando, antes de dormir, sobre
todo cuando tenía algún problema, que casi siempre eran problemas
amorosos, o una asignatura que estaba a
punto de desaprobar; y en donde todos sus rezos se encontraban basados en
pedidos para que aquella chica que lo acababa de abandonar volviera a su lado o para que una combi no tan
asesina se dignase en atropellar a su profesor de matemáticas. Nunca consideró
que había algo extraño en ello, es más, estaba convencido de que todos a su
alrededor lo hacían, por lo que aquella
mañana de julio, que oyó aquella voz aguardentosa que le pedía que se despertara para el examen que
tendría en algo más de una hora, no sospechó que sucedía algo sumamente
extraño.
La noche anterior la había pasado en vela, intentando estudiar lo
que no había estudiado en todo el ciclo, por lo que luego de varias tazas de
café y varias páginas mal leídas se quedó completamente dormido. La voz había desaparecido,
por lo que creyó que solo se había tratado del cansancio provocado por la mala
noche que acababa de pasar. Se alistó torpemente intentado realizar varias
cosas a la vez, como ponerse la camisa, al mismo tiempo en que intentaba
guardar sus apuntes, o lavarse los dientes, mientras revoloteaba su escritorio en búsqueda de su
carnet universitario. Por un instante sopesó la posibilidad de tomar desayuno,
pero el tiempo apremiaba, por lo que decidió que lo haría en la universidad
luego de terminar el examen.
Su examen final era de la asignatura que más problemas le había
causado durante el ciclo, y que irónicamente era el curso en el que más había
holgazaneado; con sus repetidas faltas a clases y con sus incontables viajes
mentales en los que solía embarcarse cada vez que se encontraba sentado en el
salón. Por ello, cuando llegó a la
universidad, no prestó mucha atención a sus compañeros, que al verlo, le
preguntaron si se animaría a ir a celebrar el final del ciclo al pequeño bar al
que solían asistir de vez en cuando.
Cuando dio inicio el examen, se dio cuenta que apenas sabía de qué
trataban las preguntas. Estadística siempre le había parecido un curso innecesario
para lo que estaba estudiando, pero por alguna razón que no llegaba a entender,
estaba dentro del plan de estudios de su carrera. Durante algunos instantes se
vio tentando en copiar las respuestas de su compañero que se encontraba sentado
delante suyo, pero desistió de hacerlo, en parte por su torpeza crónica de
hacer trampa, y en parte también, porque aquel compañero estaba peor que él en
el curso. Fue entonces que decidió mirar hacia la carpeta en donde se
encontraba ella. Hacía días que no hablaban desde aquella noche, en que luego
de salir del cine, ella lo atajara con un absurdo monólogo en donde le confesó
sentirse agobiada por la vida misma, la universidad, sus problemas familiares,
pero sobre todo, por su falta de entusiasmo para encarar la vida. No pudo
evitar sentirse excitado al ver la armonía que existía en ese cuerpo, en su
largo cabello negro que siempre le pidió no cortárselo, en sus incontables
encuentros sexuales en un hostal cercano a la universidad. Se encontraba tan
absorto en sus recuerdos, que solo salió de ellos, cuando oyó la voz de su
profesor decir que quedaban solo 10 minutos para que finalizara el examen.
Fue entonces que comenzó a oír
un pequeño susurro, que no reconoció, pero que creyó que venía de las personas
que se encontraban sentados detrás de él. En un inicio no entendió las palabras
que le traían aquel susurro, como si en realidad aquellas palabras llegaran de
un lugar lejano, que él atribuyó al miedo de ser descubierto, por lo que luego de unos instantes de estar aguzando el
oído, aquellas palabras comenzaron a tener
la claridad suficiente como para saber que se trataban de las respuestas
del examen, fue entonces, que dejando de lado aquellos momentos de incertidumbre, decidió realizar
aquel acto de fe.
Horas más tarde, cuando ya se encontraba celebrando en aquel bar
junto a sus amigos más cercanos, recordaría aquellos susurros, por lo que
decidió preguntar quién de ellos, le había dado las respuestas del examen, pero
ninguno de ellos supo de que se
encontraba hablando, ni su compañero que se encontraba delante suyo, quien no oyó
nada, ni el que se encontraba sentado detrás de él.
-
De qué hablas huevón-
dijo al fin Camilo, mientras prendía un
cigarro - si yo estuve sentado detrás de ti.
No pudo evitar sentirse extrañado al ver aquella reacción, pues
alguien le tuvo que haber dado las respuestas del examen, ya que fue
precisamente por aquellas respuestas, que llegó a obtener aquel 15 que
necesitaba, y por el cual se encontraba sentado con ellos bebiendo locamente de
alegría. Sin embargo se olvidó rápidamente del asunto, para pasar a centrarse
en otros dilemas, como lo que harían en las vacaciones de medio de año, el por qué
Roxana no había ido a celebrar con ellos, o si finalmente decidiría ir al
concierto de un amigo de la universidad, que tocaba esa noche
con su banda, muy cerca de donde se encontraban.
Cuando despertó y se vio
echado sobre su cama, solo recordaba breves espacios de la noche anterior. Tenía
una resaca que le impedía ponerse de pie y un ardor en el estómago, que con el
tiempo, se le había hecho crónico después de alguna de sus celebraciones. Miró
la hora en su reloj de pulsera, eran las 3 y 30 de la tarde. Era sábado por lo
que no pudo evitar pensar en Roxana, ya
que precisamente eran los sábados los días que más tiempo pasaban juntos. Decidió
sentarse en la cama, tomar el teléfono y marcar de memoria los números, que no llegó
a marcar, pues fue en ese preciso momento que escuchó una voz que le hablaba
sobre sus hombros. La sorpresa que tuvo
le provocó que callera al suelo. Miró pasmado que su cama y toda la habitación
se encontraba vacía. Intentó tranquilizarse, pensando que se había imaginado
aquella voz, por lo que decidió volver a marcar el teléfono, pero una vez más oyó
aquella voz, que hiso que diera un grito de angustia y saltara sobre su cama,
mientras tomaba el teléfono y lo blandía como si se tratara de un cuchillo.
«Que te digo que no está en su casa» oyó, una vez más, al momento
en que soltaba el teléfono y corría en dirección a la cocina en búsqueda de su
madre, pero no la halló. Fue entonces
que comenzó a llamar, no solo a ella, sino también a su hermana y su padre
a pesar de que sabía que este último se encontraba en el trabajo.
«No están, tú hermana y tu mamá han
salido a la casa de tu abuela» oyó, por lo que descalzo y en pijama salió
corriendo de casa.
Su madre y hermana lo
encontraron en la puerta del pequeño
jardín que tenían. Ambas se sorprendieron de verlo de pie, descalzo y en pijama a vista y
paciencia de todos los vecinos. Al instante percibieron que algo había
sucedido, pero él las tranquilizo aludiendo que sin querer había salido y la
puerta se le había cerrado. Cuando le preguntaron sobre cuánto tiempo llevaba
esperándolas, él mintió, y le respondió; que tan solo llevaba media hora.
Ya dentro de su casa, no pudo dejar de sentirse pequeño, como
cuando era niño y caminaba en las madrugadas a la habitación de sus padres para
meterse a hurtadillas en la cama de ellos. Fue así, que decidió seguir a su
madre por toda la casa intentando disimular el miedo y la turbación, en
preguntas retóricas sobre la salud de la abuela, sobre lo que cocinaría al día
siguiente, sobre la universidad. Todo ello, descalzo y a escasos centímetros de
ella, al punto de quedarse en la puerta del baño, cuando ella tuvo que entrar.
Cuando su madre, ya un tanto fastidiada por su presencia, le mandó
a ponerse zapatillas, haciéndole ver que aquellas medias las tendría que lavar él,
se vio descubierto, dejándola partir, mientras
intentaba darse valor para subir las escaleras y entrar a su habitación.
Se quedó en la entrada; la cama, la ventana abierta, la fotografía de Roxana en
el portarretrato colocado en su mesa de noche. Todo aquello parecía estar en el
orden adecuado de las cosas, por lo que un poco más calmado, decidió dar unos
pasos, para después agacharse y comenzar a buscar debajo de la cama, como si
aquella voz tuviera un lugar físico, un origen ubicable por donde poder
enfrentarse a ella, pero luego de unos minutos de estar realizado aquella
búsqueda absurda, se imaginó lo tonto que se debería de ver en aquellos
momentos, por lo que finalmente desistió de aquello convenciéndose a sí mismo, que lo
sucedido horas atrás, se debió a la mezcla
de alcohol barato y marihuana de mala calidad.
Fue solo cuestión de minutos para que se quedara dormido en un
sueño profundo y extraño, en donde se veía a sí mismo, en una calle infinita rodeada por espejos. Caminaba
descalzo buscando alguna salida en alguno de aquellos espejos. Tocándolos,
golpeándolos, con una angustia que le crecía a cada momento, y con los reflejos
de su imagen inerte a cualquier movimiento suyo, como si se tratara de la
imagen de alguna otra persona. Sin embargo, el momento de terror llegó cuando
de pronto, cada una de aquellas imágenes, comenzaron a hablar. Cada una decía
una cosa diferente, pero todas ellas dirigiéndose a él, diciéndole cosas, que en un
principio no llegaba a entender, pero que luego, se dio cuenta que se trataba
de varios idiomas. Fue así que reconoció, el inglés, el italiano, el francés,
el portugués, y varios otros idiomas, que él no conocía. Fue en ese momento,
que se dio cuenta de que estaba soñando, que tan solo se trataba de una
pesadilla. Por lo que intentó tranquilizarse, para poder despertar de ella,
pero como aquello no sucedía, comenzó a sentirse cada vez más ansioso, por lo
que decidió correr desesperadamente buscando la salida por donde poder despertar,
pero por más que intentaba correr, por más que intentaba utilizar todas sus
fuerzas, no parecía avanzar, como si de pronto sus piernas se encontrasen
sumergidas en un fango invisible que le impedía avanzar. Cuando cayó de bruces
y se dio finalmente por vencido, escuchó aquella voz, ya familiar, que le
decía:
«Despiértate».
Cuando abrió los ojos
reconoció su habitación a oscuras. Se encontraba sudando y una ligera humedad
que descendía por su rostro, le hiso darse cuenta que se encontraba llorando. Toda
la casa estaba en silencio, por lo que supuso que debía de ser de madrugada. Decidió permanecer
por unos instantes más echado en su cama, tratando de pensar en aquel sueño, en
el terror que le provocó no poder despertar, pero sobre todo en aquella voz que
parecía perseguirlo incluso en los sueños. Cuando intentó ponerse de pie, para poder
prender la lámpara de su mesa de noche, se dio cuenta que no se podía mover.
Aquello solo le había sucedió en dos ocasiones, y ambas fueron, cuando tan solo
era un niño, pero su reacción fue la
misma que tuvo en aquellos años. En la oscuridad, en el silencio, sentía cómo
su corazón le comenzaba a latir más rápido, más fuerte, mientras sus ojos miraban
hacia todos lados buscando algún alivio, algún escape, algo que finalmente le
diera la tranquilidad que estaba buscando. Cuando intentó llamar a su madre, a
su padre, a su hermana, se dio cuenta que no podía pronunciar palabra alguna. No supo
bien, en qué momento dejó de luchar y se
vio observando el techo de su habitación, las paredes con poster de grupos
ingleses, la ventana abierta por donde
observaba el árbol de moras y por donde entraba un aire frio, que le
indicaba que efectivamente se encontraba despierto.
La mañana de domingo, lo encontró con
un aire renovado, como si algo dentro de él hubiera cambiado. No quiso tomar
desayuno, y mucho menos, tuvo tiempo para pensar en Roxana. Salió de casa,
diciendo que iba a ver a un amigo, y que no lo esperaran para almorzar. Todavía
recordaba cada uno de los detalles de aquella pesadilla, algo que muy pocas
veces le ocurría, ya que casi siempre solía olvidar los sueños al día
siguiente, pero aquellos recuerdos eran distintos
al igual que verse echado, inmóvil y aterrado sobre la cama. Tenía la certeza
de que algo malo estaba sucediéndole, por lo que todas sus esperanzas, estaban
puestas en aquel amigo, a quien esperaba encontrar en casa.
Aquel amigo había sido un compañero
de colegio, a quien solía unirle los recuerdos de todas aquellas mañanas, en
que se tiraron la pera buscando algún centro de videojuegos o un lugar
apartado, en donde poder tomarse la botella de whisky robada de la casa de uno
de ellos. Y aunque se habían perdido el rastro en los últimos años, tenía la
esperanza, de que al verlo, podría remover aquel sentimiento de complicidad que
alguna vez compartieron. Además, era el único amigo que tenía, que se
encontraba estudiando psicología, y tal vez el único, a quien podría confesarle
el murmullo constante, que parecía
perseguirlo desde hacía un par de días.
Encontró a Rafael durmiendo. Pero
por la confianza con su familia, le permitieron ir a su habitación para poder despertarlo.
Su cuarto seguía siendo como lo recordaba, un total desorden, y aunque sus
paredes ya no contenían los poster, que él aún conservaba, y sus cómics que solía
tener en su escritorio, habían sido cambiados por una ruma de libros, tuvo la certeza de que había hecho bien en ir a buscarlo.
Solo fue después de algunos minutos de
haber llegado, cuando Rafael se percató de su presencia. No pudo ocultar la
molestia que le había causado tener que despertarse luego de una noche de
juerga por una visita inesperada, pero al reconocerlo, aquella molestia pareció
esfumarse, para terminar fundiéndose en un abrazo.
Tomó desayuno junto a Rafael y su
familia, por lo que no pudo evitar sentirse involucrado, en aquel torbellino de
preguntas que intentaban reparar todos
aquellos años de ausencia. Y aunque intentaba
disimular la impaciencia por quedarse a solas con Rafael, sabía que no lo
estaba logrando. Lo supo bien, cuando luego de que levantaran la mesa, la madre
de su amigo, les hiciera ver, que al parecer tenían que ponerse al día. Fue así,
como se vio entrando en aquella habitación, que no solo se veía mal, sino que
también olía mal.
-
Por lo visto
sigues teniendo las mismas perras que en el colegio- dijo, en un intento por romper el hielo.
-
¿Qué se puede
hacer?- Preguntó Rafael, - es algo hereditario- .
Ambos rieron, mientras Rafael abría
la ventana de su cuarto. Juan se quedó observándolo. Seguía siendo igual de
flaco, y aunque parecía que seguía siendo el mismo chico desordenado de
siempre, la voz que tenía dentro de él, le hizo darse cuenta, de que ya no era
el mismo, y que las respuestas que buscaba, no las encontraría en aquel lugar.
-
¿Ahora sí, me dirás
a que debo tu visita?- le preguntó, a raja
tabla.
Juan intentó esbozar una débil sonrisa, mientras intentaba
explicarle que se encontraba realizando un trabajo en la universidad, sobre problemas
mentales, por lo que pensó que él podría ayudarlo. Rafael, no pudo evitar mirarlo sorprendido, mientras le hacía ver lo raro del asunto, ya que en su
universidad ya se encontraban de vacaciones de medio año, pero sobre todo, lo
extraño que era que un estudiante de
administración, necesitara realizar un trabajo sobre problemas mentales.
«Te dije que las respuestas no las
encontrarías aquí» oyó una vez más, mientras intentaba disimular su turbación.
-
Es que se trata
de un trabajo de estadística sobre enfermedades mentales- mintió.
-
¿Sobre un
sanatorio?-
-
Algo así, lo que
quiero saber es un poco sobre todas aquellas personas que escuchan voces dentro
de su cabeza- tomó aire - ¿acaso necesariamente están locas?-
Rafael se acercó a la ventana de la habitación. Parecía estar
pensando en algo, pues la contracción de su rostro, era la misma que él
reconoció de sus años de colegio. Casi y
al instante temió haberse puesto al descubierto ante sus ojos, por lo que
estuvo tentado de salir corriendo del lugar.
-
Pues lo cierto,
es que las personas que escuchan voces inexistentes, suelen tener algún
problema mental. Ya sea por alguna experiencia traumática, una infancia
difícil, un desbalance químico o daño físico en el cerebro. Puede que sean
muchos los orígenes, pero de que se trata de un problema mental, lo es - .
La expresión del rostro de Juan bastó
para que Rafael se diera cuenta que
efectivamente sucedía algo raro. Por lo que casi al instante agregó, sin poder
mirarle a los ojos y con cierto nerviosismo al hablar:
-
Pero hay investigaciones
recientes, que muestran que hay muchas
personas que escuchan voces y que no
siguen un tratamiento clínico, y que además siguen con su vida normal. Es más,
algunas de estas personas consideran que
es algo bueno en su vida, como si aquellas voces, de pronto le trajesen
la tranquilidad o el conocimiento que necesitaban-.
-
¿Y tú qué crees?-
preguntó Juan, como quien se juega la vida en la respuesta.
-
Pues no sé – respondió,
al momento en que se acercaba a su
escritorio y revoloteaba en el – si es así la cosa, tal vez lo que necesiten no
es un psiquíatra, sino un cura-.
Regresó a casa muchas horas
después de haberse despedido de Rafael. « Sabes que no lo volverás a ver» oyó,
pero no tuvo necesidad de responder. Sabía muy bien que sus caminos ya no volverían
a cruzarse, menos aun con aquella expresión de temor y preocupación con la que
se despidieron. Como si los años se hubieran encargado de pasarles la factura,
pero sobre todo, con la terrible sensación de que aquella voz parecía conocerlo mejor que él mismo.
En su casa solo halló a su hermana, pues sus padres se
encontraban en misa. Solo fue después de
haber tomado un poco de agua desde el caño de la cocina, decidió subir a su
habitación. Se hallaba mentalmente
agotado, con una extraña sensación de haber sido derrotado y con unas ganas
terribles por llorar. Fue entonces cuando oyó nuevamente la voz, pero esta vez
no provenía de su cabeza, sino de un
lugar concreto, real, ubicable. Provenía del segundo piso de la casa. Estaba
convencido de ello, mientras esperaba que la voz, la otra, la que se hallaba en
su cabeza se lo confirmase, pero no la encontró. De pronto se vio subiendo escalón
por escalón, con el corazón agitado y con un lento sudor frio que le decencia
por toda la espalda. Cuando finalmente llegó al segundo piso, trató de ubicar
la voz. Parecía que cantaba algo, pero por los nervios, no podía entender muy
bien de qué se trataba. Caminó lentamente por el pasadizo que llevaba a las
habitaciones, hasta detenerse frente a la puerta de la habitación de su
hermana. Cuando tocó, y esta abrió la misma, la empujó, como si ella también
fuera parte de la conspiración por la
que en esos momentos se encontraba a punto de perder la razón, pero no halló
nada. Solo la misma habitación ordenada, y un radio pequeño, desde donde
provenía aquella voz tan familiar.
-
¿Quién es ese que
canta? – le preguntó tartamudeando, como si no encontrara las palabras.
-
Es Joaquín Sabina
oye, ¿y qué es eso de estar empujándome en mi cuarto? A ti no te gusta ese tipo
de música, no es para cualquiera. Además, Sabina es Dios.
La voz solo volvió dos días después. Durante esos días, en vez que
la tranquilidad volviera a su vida, una ansiada creciente comenzó a invadirlo.
Por primera vez, desde que empezó aquel murmullo constante, necesitaba que aquella
voz volviera. Ya que aquel silencio, en vez de hacerle bien, parecía afectarlo
a tal punto, de llamarlo constantemente, en voz baja, para que su familia no
creyera que se había vuelto loco. Además, estaba lo dicho por su hermana. No
entendía el por qué tenía a Sabina dentro de su cabeza. Lo primero que pensó, era
que se trataba del alma de Sabina atormentándole. Pero, luego de investigar un
poco por el internet, descubrió que todavía estaba vivo. Estaba convencido de
que no se estaba volviendo loco, porque no había razón para que la voz, de
alguien a quien nunca había escuchado, estuviera en su cabeza. También estaban
las respuestas del examen, y cómo aquella voz parecía saber no solo lo que le ocurría
a él, sino también lo que ocurría a su alrededor, como si se encontrara siempre
un paso delante suyo.
En el transcurso de aquellos días logró
encontrarse con Roxana después de varios intentos infructuosos. Sin embargo
aquel encuentro no fue lo que esperaba. Ya que, mientras él llegó con una rosa
en la mano, Roxana llegó con el cabello mucho más corto y con una caja que
contenía todos los regalos, que durante su relación de año y medio, le había
hecho presente. Fue solo entonces que comprendió que su relación había
finalizado. Con aquel intento absurdo por hacerla recapacitar, con el cuerpo
de Roxana perdiéndose al doblar una esquina, con aquella caja sobre sus brazos,
y con el regreso a casa más triste que creía recordar.
Por eso cuando volvió aquella voz, no
se le ocurrió otra cosa, que salirle al
frente por haberlo abandonado en esos
momentos difíciles.
« ¿Acaso crees que eres el único que
me necesita?» oyó, mientras pateaba aquella caja llena de recuerdos debajo de
la cama.
«Ahora entiendes por qué casi nunca
respondo a las plegarias. Además ustedes, lo primero que hacen es preguntarse
si están locos, para luego comenzar a llenarse de fármacos para que me marche ».
Juan en un acto de reflejo construyó
una disculpa, para luego pasar a contarle lo que le había pasado con Roxana,
como tratando de ponerle al día, pero al instante fue acallado por aquella voz
que le dijo; que ya lo sabía, que él, lo
sabía todo. Cuando al fin se animó a preguntarle
el por qué tenía la voz de Sabina, aquella voz le contestó, en un tono irónico:
«Y por qué mejor no preguntas: ¿Por
qué Joaquín Sabina tiene mi voz?».
Ambos rieron, como si en aquella respuesta
medio en serio, medio en broma, toda la angustia de Juan se disipase. Entonces cayó en la cuenta que si aquella voz había llegado por sus plegarias, todavía le
faltaba solucionarle una. Es así que quiso saber sobre Roxana, el por qué le
había dejado y cómo haría para que volviera a su lado.
«Ustedes solo ven lo que quieren
ver, sin detenerse a preguntarse el por qué suceden las cosas. Es por eso, pese
a lo que todo el mundo cree, estoy más cerca de los científicos y de los filósofos,
antes que los curas, pastores, supuestos profetas y feligreses. Solo es una lástima
que ellos nunca pidan mi ayuda, sino imagínate todo aquello que sabrían».
Sin embargo a Juan le importaba poco
aquella clase de teología. Él solo quería saber el por qué Roxana se había
marchado, el por qué le había devuelto todos aquellos regalos, que en esos
momentos le parecían tan ajenos, y que su simple visión le causaba dolor.
«La respuesta es simple» le oyó
«simplemente te dejó por otro».
Juan intentó hacerle ver que estaba
equivocado, que ella no podía simplemente haberlo dejado por otro. Quiso
recordarle todas aquellas tardes en que hacían el amor y ella le pedía que
nunca la dejara, pero desistió en su intento. Algo, no muy dentro suyo, le hacía
saber que él estaba en lo correcto.
« ¿Quieres saber quién es verdad?
Ustedes siempre quieren saber quién es, como si aquello cambiase la traición,
como si aquello fuese la razón».
No pudo evitar sentir que aquella
voz aguardentosa estaba disfrutando con su dolor. « Es solo a través del dolor
y el sufrimiento como se llega a la redención» le recordó, pero aquel dolor le
era insoportable. Tenía que saber de quién se trataba. Sentía que si lo sabía,
las cosas podían cambiar. Al menos,
comenzar a sentirse mejor. Sin embargo, no pudo evitar sentir un dolor
punzante en el estómago cuando oyó el
nombre de su profesor de estadística.
Los días que siguieron a su revelación transcurrieron lentamente,
como si aquellas ansias desesperadas por
volver a clases, fuera la causante de aquella lentitud de minutos y horas, que lo
desquiciaban. Tenía que seguir el plan trazado por aquella voz, ya que después de mucho discutirlo,
comprendió que solo poniendo al descubierto aquellos detalles que se le habían
estado pasando de largo, tendría el valor suficiente para lograr que Roxana
volviera a lado suyo. Por lo que no tuvo más remedio que aceptar a
regañadientes, sobre todo cuando descubrió que aquello de las plegarias, no era
como frotar una lámpara de deseos.
Por aquellos días, los que vieron a
Juan, notaron que había algo diferente en él; ya sea en su andar, en la manera
de mirar, de responder. Nadie sabía con exactitud a qué se debía, pero notaron
que era otro Juan en comparación, al otro que semanas atrás había estado dando
lástima por todos los pasillos de la universidad. Inclusive su hermana, con la
cual no se llevaba muy bien, se animó a felicitarlo por su cambio de humor.
-
Hasta que por fin
hermanito te animaste a dejar de dar pena – le dijo, mientras aquella voz le
ponía al corriente, sobre un intento de suicidio mal elaborado, un aborto
provocado, y sobre el ciclo abandonado en la universidad en pos de la búsqueda
de su arte interior.
Claro que todos en la mesa se quedaron boca abierta, sobre todo su
hermana quien no estaba preparada para una respuesta de aquel tipo. Y aunque en un inicio lo mandaron a callar,
Juan supo, casi al instante que se puso
de pie para dirigirse a su habitación, que había ganado la pelea. Sin embargo
no siempre la voz permanecía con él. Habían días en que simplemente aquella voz
desaparecía de la misma manera en cómo había aparecido, como si se tratara de
una llovizna inesperada, de una mala noticia, tan de pronto, que Juan creía
desesperar en esos días en que se quedaba solo con su conciencia. Sobre todo, porque solo en aquella ausencia,
venían a él incesantes preguntas que creía necesarias ser respondías teniendo a
la mano quien las responda; como el sentido de la vida, el origen del universo,
lo que hay después de la vida. Pero lo cierto era que cada vez que volvía
aquella voz, todas aquellas preguntas parecían esfumársele de la cabeza, para
pasar a preocupaciones menos densas, como qué era lo que estaba haciendo Roxana
en esos momentos, si aún pensaba en él, y cosas de ese tipo, que solo en la
soledad absoluta, se lamentaba de haberlas realizado.
Por ello, el día en que por fin daba
inicio su ciclo en la universidad, se sintió renovado. Había dormido de largo,
sin sueños ni sobresaltos. Inclusive tuvo tiempo para una ducha larga y sentarse
a tomar desayuno con sus padres y su hermana, quien no le dirigía la palabra
después de aquella tarde en que puso al descubierto sus secretos. Cuando llegó a la universidad, lo primero que
hizo, fue buscar a Roxana, mientras se cercioraba, una y otra vez, que aquella
voz permaneciera consigo, a su lado, pero sobre todo, que no la abandonase en
ese día tan importante. Cuando al fin la halló, tuvo un estremecimiento al
verla tan desinhibida, tan feliz. Una vez más lamentó que se hubiera cortado el
cabello, como si con aquel acto insignificante, hubiera querido demostrarle que lo suyo ya no tenía
retorno.
Por unos momentos creyó flaquear,
sobre todo cuando se imaginó el cuerpo armónico de Roxana en los brazos de
aquel profesor. Cuantas veces habrían
hecho el amor, si ya le había dicho que nunca la dejase, si ya había tenido aquel
orgasmo que le provocaba una risa frenética, mientras su corazón parecía
salírsele por la boca.
« ¿De verdad quieres saberlo? » oyó,
mientras negaba con la cabeza e intentaba salir de la oscuridad en la que se
encontraba.
El curso de estadística II estaba
fijado para las dos últimas horas, por lo que decidió no entrar a clases, en lo
que esperaba que llegara, el que en esos
momentos se había convertido en el ser que más odiaba sobre la faz de la
tierra. Aquellas horas se las pasó deambulando por toda la universidad,
mientras recordaba que la primera vez que vio a aquel profesor, hubo algo que
le cayó mal. Quizás se trataba de intuición, o como de pronto aquellas
negativas de Roxana por saltarse aquellas clases, comenzaban a cobrar sentido.
No pudo evitar sentirse un completo idiota con cada revelación, que solo en
esas horas de espera maldita, comenzaban a abrirse ante sus ojos, como si se
tratase de una eclosión de un bicho muerto.
Cuando al fin dio inicio la clase,
pasó a sentarse en un rincón del salón desde donde podía observarla. Se
encontraba sentada en la primera fila, con aquel vestido rojo que él tanto le
rogaba que se pusiera y que ella siempre encontró más de una excusa para no ponérselo.
Estaba convencido de que había un lenguaje
corporal entre ellos dos. Lo supo, ni bien vio entrar al profesor, con aquella
sonrisa de oreja a oreja, con los jeans raidos y la casaca de cuero. Se notaba
rejuvenecido, e incluso, hasta mucho más alegre a como lo recordaba del ciclo
anterior. Al instante comprendió que Roxana se había convertido en la amante de
un hombre casado, pero aquella voz le hizo saber que no era así. Que aquel
profesor era soltero y que siempre había disfrutado de su soltería con alumnas
dispuestas a jugárselas por él.
Solo fue después de que finalizara
la clase, que decidió que era momento de actuar. No tuvo necesidad de
seguirlos. Gracias a aquella voz, sabía que se encontrarían en un café de la
ciudad para que nadie de la universidad sospechara de su relación. Fue así que
se vio sentado en una banca cercana a aquel café. Oyendo lo que aquella voz le transmitía
de la conversación. Fueron dos horas que a él le parecieron eternas, y en donde
en ningún momento afloró su nombre, sino los planes para ir a refugiarse lo que
quedaba de la tarde en aquel departamento que quedaba a escasas cuatro cuadras
de donde se encontraban.
Tuvo ganas de acercarse a ellos ni
bien los vio salir del café, pero
aquella voz lo detuvo, haciéndole ver que lo mejor sería encararlos horas más
tarde, luego de que ellos hubieran disfrutado
de sus cuerpos. Quiso oponerse
ante aquella idea irresistible, pero finalmente se dio por vencido cuando entendió que
esa era la manera correcta en cómo ella volvería a su lado.
Las horas que permaneció dando
vueltas por las afueras del departamento, le parecieron las horas más horribles
de su vida. Por más que intentaba no pensar en ello, no podía dejar de
imaginarse el cuerpo desnudo de Roxana pisos arriba. En más de una ocasión
intento preguntarle a aquella voz, la manera exacta en cómo ella volvería a él,
pero por más que intentaba hallar una respuesta de aquella voz, terminaba
conformándose con una respuesta escueta sobre que solo en el preciso momento sabría
de que se trataba.
Fue cerca de las seis de la tarde
cuando oyó a aquella voz decirle que comenzara a subir las escaleras. El
departamento se encontraba en el sexto piso, por lo que le pareció absurdo
tener que usar las escaleras y no el ascensor del edificio. No se molestó en
hacerle ver aquel detalle, pues supuso que aquello también era parte del plan
trazado. Se encontraba al límite de sus
fuerzas cuando llegó al departamento. En
la parte superior de la puerta se hallaban escrito: 666. Los dos primeros, claramente se
trataban de la dirección del departamento, mientras que el último había sido
pintado adrede, en una clara ironía profética. Juan no pudo evitar sentirse
sorprendido ante aquella señal, pero a la vez se convenció que lo que estaba a
punto de realizar, era lo correcto, sobre todo, teniendo aquella voz
aguardentosa, que él mejor que nadie, sabía de quien se trataba.
Tocó la puerta de manera pausada. No
sabía qué iba a decir exactamente cuando apareciera su profesor de Estadística,
pero estaba convencido que él, aquella
voz que lo había acompañado tanto tiempo y por el cual había comenzado a mirar
de otra manera la vida, no lo abandonaría. Mucho menos con aquella ironía
religiosa que parecía indicarle el
inicio del enfrentamiento. Cuando la puerta se abrió y vio a su profesor de estadística
cerrándose la bata, notó la sorpresa en sus ojos y en su cuerpo agitado. Estaba
despeinado y parecía recién bañado. Además, desde el departamento salía aquel
olor a calabazas que le era tan familiar. Fue
entonces que comenzó a sentir una rabia
ciega inundándole el cuerpo.
-
¿Qué se le ofrece
López? – preguntó, recuperando la compostura, mientras intentaba abrir lo menos
posible la puerta.
«Dile que has venido por una duda de
la clase».
-
Vengo por una
duda de la clase de hoy, es por la lista de libros- respondió, mientras clavaba
sus uñas en las palmas de sus manos.
«Trata de convencerlo de que te deje
pasar».
-
Eso lo podemos
ver mañana en la universidad – dijo, al momento en que daba por finalizada la
conversación, y comenzaba a cerrar la puerta.
«Trata de detenerlo antes de que te
cierre la puerta».
-
Pues fíjese que
quiero hablar de eso ahora mismo – gritó, mientras ponía su pie en la puerta y
lo empujaba dentro del departamento.
Cerró la puerta con violencia. Casi al instante pudo notar cómo su profesor
comenzaba retroceder, con los ojos recelosos y una pisca de temor que le hacía
temblar la comisura de su labio inferior. No pudo evitar reír, como si en
realidad no fuera él quien estuviera riendo, sino como si riese otro, aquel que
había permanecido dentro de él en la oscuridad.
-
Podemos hablar de
esto López – oyó, mientras desde uno de los cuartos reconocía la voz de Roxana
preguntando qué pasaba. – Las cosas no tienen por qué salir de esta manera-.
Solo fue después de que Roxana
apareciera envuelta en una camisa larga, que decidió tomar un adorno de una
repisa. No sabía muy bien por qué lo hacía, pero en esos momentos, ya no tenía
control de lo que se encontraba realizando. Roxana al verlo, intentó cubrirse
los pechos con los últimos botones que se encontraban sueltos, mientras le increpaba qué mierda hacia ahí. Sin
embargo a Juan le pareció gracioso que
una persona a la que había visto decenas de veces desnuda, se molestase en
tratar de cubrir un poco de piel. Observó el adorno, se trataba de una
miniatura de una cabeza clava de la cultura Chavín. Siempre le habían llamado
la atención los colmillos, más que la cabeza en sí misma. Le parecían los colmillos
de un vampiro. Fue entonces que decidió preguntarle a la voz que se encontraba
en su cabeza, si aquellos colmillos eran los de un vampiro, sin importarle la
expresión de miedo que tenía Roxana en esos momentos.
« ¿Qué tienes pensado hacer con ese
adorno?».
Luego todo se volvió confuso, sobre
todo cuando, sin darse cuenta, su profesor de estadística se perdió en uno de los cuartos para después aparecer
apuntándole con una pistola, mientras lo amenazaba con llamar a la policía.
«Tranquilo, no tiene balas» oyó, al
momento en que se ponía de pie y avanzaba hacia ellos con una tenue sonrisa
dibujada en los labios, mientras observaba cómo Roxana pasaba a esconderse
detrás de su profesor de estadísticas.
Tenía las nalgas mojadas por la cerámica del baño. No pudo evitar ver el cuerpo dormido
de Roxana. La camisa se le había abierto cuando le dio aquella bofetada que la
tumbo al suelo. Pensó que tenía unos pechos enormes, mientras miraba en
dirección a la sala. Había un gran charco de sangre sobre la alfombra. No
entendía muy bien que era lo que había hecho, era como si de pronto se
despertara de un largo sueño; con las manos y la ropa machada de sangre. Intentó convencerse de que se trataba de una
pesadilla, de una pesadilla de la cual en cualquier momento despertaría, pero
fue entonces que oyó la voz de una mujer, que provenía de la puerta del
departamento; preguntando por el profesor, que si se encontraba bien, que iba a
llamar a la policía sino abría la puerta.
«Qué, ¿qué hice? Lo mismo te pregunto
» oyó, mientras Juan comenzaba a
ahogarse en un llanto que se tragaba las palabras. Intentó decirle que se callara, que todo lo
que había hecho, no lo había querido hacer, pero ahí se encontraban aquellas otras voces y algunos intentos por abrir la
cerradura. Fue entonces que supo que estaba perdido. Que no existía un lugar
para escapar de aquel infierno en el que aquella voz lo había metido.
«Sabes que todavía tienes una
salida» oyó, al momento en que una fuerza inexplicable lo llamaba a cerrar la
puerta del baño y acercarse al cuerpo de Roxana. «Sin testigos, no hay
acusaciones». Observó una ventana pequeña por donde tranquilamente podría
salir, pero casi y al instante se horrorizó de lo que estaba oyendo. Trató por
última vez de tomar el control de sí mismo, mientras se ponía de pie, con la
ayuda del lavadero. Intentó reconocerse en la imagen que reflejaba el espejo,
pero le fue imposible. Volvió a oír lo que parecían patadas golpeando la puerta
del departamento.
-Sabes que todo esto es culpa tuya –
gritó al fin, a la imagen inerte en el espejo, mientras luchaba para que sus
piernas no cedieran. – Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me hiciste hacer esto?-
comenzó a susurrar, una y otra vez, con el llanto atorándosele en la garganta.
«Y yo, ¿qué culpa tengo?» escuchó,
mientras se limpiaba las lágrimas con las mangas de su camisa, «si todo lo que
hiciste, lo hiciste porque tú quisiste. Además, ¿en qué momento te dije que era
Dios?» Oyó, al momento que aquella risa estruendosa comenzaba apagarse
en su cabeza, como si estuviera marchándose lentamente sobre una nube
silenciosa.
Fue entonces cuando Juan volvió a
mirar el cuerpo dormido de Roxana, al momento que la puerta era derribada
y el departamento comenzaba a ser
inundado por gritos de horror, y esa vez
si supo, que lo que tenía que hacer, lo haría sin vacilar.