Saturday, March 07, 2015

Miguel. G. Podestá

Miguel G. Podestá (1984) es periodista y escritor ayacuchano. Publicó su primer libro “En el corazón de la montaña, crónica de una inmersión en Ayacucho” (Lima 2013)

Actualmente trabaja en el segundo volumen con una historia sobre exiliados ayacuchanos en Europa.

La memoria en el limbo
En alguna de las madrugadas antes del 3 de abril de 1983 la oscuridad de una ceja de puna hacía su silencio tranquilo. Los árboles de kiswar, molles y eucaliptos apenas se miraban. De  pronto, la saña del viento comenzó a barrer una quebrada. Instantáneamente los últimos rocíos rechinaron y las piras de mulas vacilaron al punto que a la mañana siguiente los padres buscaban sus azotes con rabia, incluso sin saber a quién castigar hasta sentir más rabia por no saber, sometidos a un fenómeno sobrenatural mientras dormían.
Varios soñaron lo mismo sin que se pudiera saber cuántos exactamente, reunidos con los que aún callaban, el cabildo en la plaza aún sin monumento se hacía en lontananza. Cuando V no pretendía que alguien le llamara así alguna vez o F tuviera un destino, debieron haberse amenazado en un instante del mismo 3 de abril cuando una marcha de botas antecedió a la fosa común. No era una vaquería ni trote de ubres. Era una zaina justicia llegada para convertir la estancia en ciénaga de terror. Sobre uno de aquellos palos donde se amarraba a un burro se acostumbraba a posar un sombrero para no volverlo un burrito loco, era la madera delgada convertida en amo y la huaraca amarrada apenas la más peligrosa arma. Cuando F no era F, una mujer de chuspa con cuca y no maicena y cuando no habían leyendas para enterrar caminos que conducían a los entierros, cuando las lechuzas no eran religiosas y a las mariposas se las veía solo de día y V no era V sino un hombre armado y no de los mismos trastornos. F quiso tal vez decirle que en algún futuro se encontrarían más cerca a alguna otra plaza para dialogar y no llegar a nada. Entonces sucedió, pero antes simplemente murieron otra vez, digamos así.
 Hoy F se siente una mujer, se arrastra entre callejuelas, tararea, se endereza, en momentos gime, se le voltean los ojos y evita observar algunas cosas que cree que vivió. De pronto V, quien se siente un hombre fuerte y armado de un discurso post guerra, la intercepta porque cree que ella es capaz de refrescar antiguas riñas entre la población. V tiene sujeta a F, la mira y ella le dice a él: « El día que me hice cuarenta kilómetros en subida me propuse dejar de pensar en estos asuntos de la guerra. Todos los reportajes periodísticos en la televisión y en la radio me tienen hinchada, y ni hablar de los que se publican en los periódicos y revistas, como si ellos supieran más que nosotros mismos lo que ha sucedido, quiénes han sido los culpables y lo peor de todo,  dónde están ahora. Lo único que me importa es dejar de pensar en quien tiene la culpa porque si me convenzo de lo que hizo el pato le voy a dar con mi escopeta y luego mi mamá va a estar llorando porque su hija que ya está bien grandecita está en la cárcel peleándose seguro, como siempre me ha gustado pelear y además violencia no me falta, porque a mí se me han cruzado varios y no doy tregua a nadie, la pobreza era la excusa para sacar el indio, como dicen, como si todos no lo tuviéramos, y hay unos que lo tenemos más monstruoso que cualquiera, así que déjame hacer mi pasta y no me jodas ».
 V le responde: «Si quieres transformar la cuca en polvo blanco, hazlo, pero no pidas que te ayuden. Si mataste a alguien tal vez tenga curiosidad, muéstrame el arma y seguro querré saber por qué, te voy a mirar a los ojos y tampoco diré que fuiste tú, pero no me pidas que yo los entierre. Si fuiste corrupta y si quiero saber cuánto o a quién le robaste y me lo dices, cantaremos otro huayno juntos si quieres, pero me serviré yo solo. Si violaste a un hombre y te atrapan iré a verte para contarte cómo está él y decirte si llora bastante o más o menos, trataré de repetírtelo, como agitándote, más sádico yo contigo que tú con las plantas, si quieres rasgar está bien, pero no voy a pedir que te liberen, y si no estás presa y me preguntan dónde estás, ya veré. Si tocaste a un niño voy a desear olvidarlo, pero seguramente jamás lo haré y por eso probablemente jamás cantaremos un huayno juntos»
 F: « ¿Y todo esto qué es, una especie de discurso de iglesia o algo así, por qué el huayno? »
 F sudaba, lagrimeaba, inspirada incluso por la tenacidad en las palabras de su atacante, excitada pensaba que el sujeto sería un gran jugador, un sutil genocida o un pronto desertor luego de ser útil. Escondidos detrás de un portón abierto, su mirada se perdía en el fondo solitario de aquella quinta de balcones de madera frente a una higuera sin viento. De pronto se escucharon los bombos lejanos de alguna plaza. Como todos los martes, había fiesta en el pueblo famoso. Se oían también petardos que hacían pestañear a ambos. La falda de paño grueso de F le llegaba a las rodillas, pero se le levantaba en una pierna por la de V que la sometía además del revólver en el abdomen.
 V: « ¿No entiendes nada de lo que te digo acaso, crees que es por gusto que te he dicho todo esto, todos creen que somos delincuentes, con qué sueñas tú? »
 F se enderezó y puso su mano sobre la de él que empuñaba el arma, casi la punta de sus narices rozaron y dijo: «Yo… para empezar yo no he soñado con helicópteros, o carros rojos, o ratones, o pulgas, o mariposas que destechaban graneros con sus aleteos durante la noche, o con pencas de tunas infectadas, o lagunas secas, o sembríos devastados, o madrugadas interrumpidas por silbidos de fantasmas de abejas. Han sido otros que soñaron con estas cosas. Yo he soñado que la gente construía una carretera a mano y en dirección a una playa improbable, con una minka de cuarenta, con un huayno a las seis de la mañana en la plaza vacía y lloviendo, con arpa y violín, de pronto en una esquina llorando para dar placer y cerveza en la misma vereda de hace 35 años, con mate de coca para los ancianos, que el vapor se dispersa y se hace neblina. He soñado con desfiles de botas, no tengo idea por qué, trotando el cuero con un sonido de risas en oscuridad, con tolvas de sombreros y ovejas con gesto de asco, sopas de oveja a tres mil metros en una estancia desierta, un plano como si fuera lo único en la mente, como si buscara ser real y encontrara eternidad, entiendes, luego he soñado con un cabildo y todos estirando sus solapas pensando en promesas de represa, como si fuera un auto consuelo la longevidad y he soñado que, de pronto, empezaba el transporte de piedras y brillaba el maduro de los jóvenes, ay carajo, hervían las ollas gigantes, las falditas levantadas, el ovillo caído, la saliva verde, las barbillas canosas, la coca en los sacos, el compadre borracho que se resbala y desbarranca, la protesta, los puños en la cintura y el porqué nací aquí, que mis papás tienen la culpa de todo o los chilenos o la televisión. He soñado esto pues y me vienes con que el huayno supera todo. Yo he soñado con mi sonrisa de tres dientes, con hombres que nacen con sombrero, hormigas, campesinos, caña, farra, zanja, terminales de buses, con un león que carga a un costeño para cruzar el río, con la cueva donde te conviertes en sapo, con la crema de leche, el dulce de queso, la nata, con mi testimonio resentido, de mi enemigo el estado y el sistema común ¿no?, ¿eso quieres otra vez? He soñado con mi piel morada, con mis heridas, mi costra dulce, que de pronto me culpan de traficante, y qué importa eso si plata hay. He soñado también con recuerdos fríos de cráneos recién nacidos pisoteados, sombreros que reposaban sobre puntas de palos solitarios y burros languidecidos, burritos locos, voces de gente visible, de foráneos que llegan cantando, fotos de caballos, fosas comunes cultivables, proyectiles en la lechuga fresca, polvo de lana rojizo en el maíz que decían que era la sangre que salía a respirar su conciencia y darle oxígeno a sus niños felices de morir. Unos días después ocurrió algo que no me acuerdo pero sé que tenía que ocurrir para soñar todo esto. Bastante tiempo después creo que un presidente llegaba en helicóptero, nos traía juguetes y se iba, otros adultos nos tapaban los ojos y yo tenía en frente a quienes ya no quiero recordar. Después me hice raíz, crecí y salí a la superficie, respiré, viví otra vez, alguien escribía de mí sin saber mi nombre completo, no encontraron nunca mi cuerpo, todavía puedo pensar, estar aquí contigo, leerte en el espacio y decirte que qué importa todo, me conviene olvidar».
 F babeó con la última frase y su baba cayó sobre su mano y la de V que empezaba a desaparecer. La figura de V era intermitente, su silueta se deshacía a ella misma al escuchar y su piel adoptaba color al querer decir cosas que pudieran hacerlo dudar. « ¿Cantaremos un huayno juntos entonces?», le preguntó V a F que de pronto ya no estaba. Alguien vivo había cerrado el portón durante el encuentro, a la higuera ya la mecía un poco el viento del fin de tarde y desde el balcón se acercaba a mirarla una mujer viva muy parecida a F.

 V miró en sus manos que no tenía ni revólver ni baba ni la mano de F quien subía la calle en dirección a la alameda y él no podía moverse, empezaba a dejar de sentir que estaba en ese lugar y quiso mucho en esos instantes pensar que podría estar equivocado de algo o que hubiera estado equivocado de algo en los últimos tiempos cuando casi nada podía hacer que su cuerpo desapareciera.
Nota: 
Días antes de la masacre del 3 de abril de 1983, en el distrito de Santiago de Lucanamarca, en Ayacucho, en la que 69 personas fueran asesinadas por una columna de Sendero Luminoso, varias personas soñaron con lo mismo: pencas de tunas infectadas, plagas de ratones y pulgas, lechuzas, mariposas y helicópteros. Fuente: Comisedh

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