Gunter Silva Passuni, escritor peruano, autor de la
colección de cuentos " Crónicas de Londres" (Atalaya 2012). Estudió
en la facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Santa María La
Católica y Artes y Humanidades en Londres.
Ha colaborado en revistas literarias y culturales como:
SubUrbano (Miami), Ventana Latina, La Tundra (Londres), entre otros.
Actualmente ejerce la enseñanza del español como lengua extranjera en el Reino
Unido.
Mediante sus cuentos,
aborda la vida de una
considerable cantidad de latinoamericanos que se encuentra actualmente
viviendo en Europa, principalmente en el Reino Unido y, particularmente en
Londres, donde es significativa. De esta
manera, sus historias
reflejan las experiencias de los latinoamericanos fuera de
sus países de origen.
Sus historias cobijan infinitas emociones donde los
sentimientos, asociados al miedo, las preocupaciones y a los fracasos no dejan
de estar presentes en las experiencias que se relatan.
LOTTIE
I pop pop pop blow blow bubble gum
You taste of cherryade
Por una época viví
únicamente del aire que respiraba. Debo de reconocer que eran tiempos duros,
como en todas las capitales del mundo, en Londres, nadie se paraba a echarte
una mano. Debía verme tan mal que ni los vendedores callejeros me acechaban,
intuían que no iban a sacar ni un duro de mis bolsillos.
Por suerte, ese día me habían llamado para
trabajar en un evento. La gente de Gourmet Food Limited operaba así, te
telefoneaban cuando te necesitaban, muchas veces uno tenía que llamarles y
recordarles que vivir solamente del aire, era una tarea difícil.
Era una reunión para diplomáticos y gente de
negocios, la que debíamos atender esa tarde. Desde temprano habíamos bajado de
las furgonetas las copas, platos, cubiertos, manteles, cajas repletas de
botellas de champán, vino, mesas, sillas, flores y floreros. En fin, todo lo
que se necesitaba para que a los
comensales no les falte nada.
Gourmet Food tenía un tomate rojo como
logotipo, desde lejos, el dibujo del logo en las furgonetas parecía
un corazón palpitando, sangriento.
Los lugares a los que íbamos eran hermosos.
Trabajando con ellos llegué a conocer The Saatchy
Gallery, British Museum, 2 temple Place, The Round House. Ése día
nos encontrábamos en el Australian House, era mi primera vez allí. Poseía un
techo enorme y cóncavo, colgaban unas arañas de vidrio desde lo alto, las
columnas eran redondas y gigantes. Había en todo el edificio una añoranza a los
antiguos griegos, al pasado mitológico.
—Tienen cinco minuto para ponerse guapos —dijo
James, el jefe.
Fuimos a cambiarnos, llevábamos pantalones
negros y nos pusimos camisas que tenían el tomate impreso en el bolsillo,
después, atamos un mandil blanco de algodón a nuestras cinturas.
Las chicas se recogían el cabello y alguno
de los chicos se ponían cremas para fijar sus peinados. Poco a poco el salón se
fue llenando de una legión de cabezas blancas, yo recorría el lugar con mi
bandeja llena de copas flauta, ofreciendo champán, tenía que esquivar los
movimientos toscos de algunos viejos, para evitar que me tirasen las copas al suelo.
De tiempo en tiempo cambiaba la bandeja de un brazo a otro, si no, corría el
riesgo de que se me adormecieran.
Uno de los chicos nuevos me preguntó si
podía aceptar propina, era alto, con cuerpo de nadador. Se llamaba Daniel.
—Acepta mientras no te pidan nada a cambio —dije.
Al cabo de un rato, una señora de cabello
plateado derramó su copa de vino en mi mandil. Le ordené sostener mi bandeja a
Daniel y me dirigí al ascensor. Mientras caminaba por aquel salón pensé que la
mayoría de las casas en Londres tenían más de un siglo de antigüedad, en mi
país bien podrían ser catalogados como museos. El Australian House no era la
excepción.
Me sentí importante, al ver el contraste de
mis zapatos bien lustrados y el blanco inmaculado del suelo. Bajé un piso, me
quité el mandil y sentí mi entrepierna mojada. Entré en uno de los varios baños
que existían en fila India y prendí el secador de manos. Luego de unos minutos,
me senté al revés, recosté mi cabeza sobre el tanque del retrete y me dormí, no
sé si por cansancio, hambre, aburrimiento o la suma de todas ellas.
Al cabo de poco, desperté con tres golpes en la puerta. Ví la figura
blanquecina de Daniel y la de mi jefe. James era un buen tipo, pero cuando
trataba asuntos de trabajo era severo como un magistrado inglés. Me despidió de
inmediato, Daniel hizo una mueca y soltó un risita de vencedor.
Me cambié, puse mi ropa de trabajo en mi
mochila y amarré los pasadores de mis puma.
Mientras caminaba a la salida volví a ver a Daniel, se veía feliz, se había
asegurado mi puesto. Alcancé a decirle:
No sé que es peor si ser soplón o estar desempleado. Se quedó pensando y luego
dijo «Desempleado obvio».
Seguí caminando por el corredor hacía la
puerta principal, era el único con zapatillas y jeans, esta vez me sentí como
un impostor. Me serví en un vaso desechable el remanente de un Moet
& Chandon que encontré en una mesa, a lo lejos se escuchaba las conversaciones
de la gente, llegaban como un murmullo, indescifrables. Bebí un sorbo y salí a
la calle. Afuera había un mar de personas caminando a prisa por todas las
direcciones como hormigas colonizadoras que conquistaban la ciudad.
¿Dónde diablos trabaja toda esta gente? —Pensé.
Crucé la calle, caminaba por Strand con
dirección al metro de Charing Cross, cuando me percaté, que un
jaguar de color verde metálico había
reducido la velocidad, de modo que iba a mi ritmo. Me paré y el conductor frenó
e hizo una seña. Al principio creí que era un forastero con necesidad de
orientación, una hormiga que había perdido su rumbo.
Me acerqué mientras las lunas bajaban
automáticamente. Ella —la mujer que yo había
esperado en sueños— estaba al volante. Me doblaba la edad pero descubrí
que tenía un espíritu de quinceañera, a medida que fui conociéndola.
Me limite a observarla. Llevaba un vestido
plomo, simple pero elegante, un collar de bolas negras o mejor dicho en forma
de aceitunas de kalamata enroscaban su cuello. Sus ojos verdes reflejaban
calma y candor. Hacía mucho tiempo que nadie me miraba de ese modo, aparentemente
es mala educación mirar de esa forma en las ciudades europeas.
—Hola, ¿necesitas ayuda? — pregunté, con ánimos de
ayudar.
—No, estoy bien gracias —acomodo uno de sus guantes de gamuza y continuó —Mira, me estoy mudando en unas semanas y pensaba dejar el tv en una
caridad. Había un plasma tv gigante en el asiento trasero. Lo señalo con un
movimiento de cabeza.
—Me preguntaba si tú lo querrías —acotó.
—¿Qué tengo que hacer?
—Sube — dijo con una sonrisa, mientras habría la puerta.
Entré al coche de un brinco. Adentro los
asientos eran de cuero crema, había un olor que me relajó, una mezcla a sándalo
y canela. Pude ver sus pantorrillas descubiertas, su piel se veía serena y
suave. Deduje que ella había notado la escena así que volteé la vista hacia la
ventana, inconscientemente.
—Apropósito, mi nombre es
Charlotte —dijo—pero todos me llaman
Lottie.
—Soy Fernando —me presenté —mis amigos
me dice Nano.
—Nano entonces —dijo con voz pausada y
pensativa —Siento mucho que mi tía te haya derramado el vino en
el Australian House.
—No te preocupes —dije. No entendí como no pude retener en mi memoria un rostro como el
de ella, era un rostro hermoso. Prendí la radio para olvidar mi día en la
embajada australiana, el vino derramado, el haber sido expulsado del trabajo;
capté la señal de Radio Four. Una mujer le dejaba un mensaje de voz a un tal
Andrew, le imploraba que la llame. Un amor no correspondido, un ruego patético.
—¿Cómo puedes escuchar The Archers, tu no estás en edad de
escuchar radionovelas? —dijo Lottie riendo.
—Mira acá tengo unos cds Nano —y señaló la
guantera del carro. Saqué el primero de la pila y lo puse. Una mujer se
agarraba la cabeza en la portada del disco, la música entraba por los parlantes
con una fidelidad que nunca había escuchado antes.
‘Oh
'cause I'm under the weather
Just
like the world
And
I need somebody to hold
When
I turn out the light
You're
out of sight
Although
I know that I'm not alone
Feels
like home..’
Habíamos pasado la estación de Victoria y
nos dirigíamos hacia Chelsea, de pronto empezó a llover en Londres, para
variar. El vaso de champán, la voz de K.T. Tunstall y la
lluvia habían logrado entristecerme el alma. Lottie estacionó el carro
frente a una casa de arquitectura georgiana. Corrimos hacía la
puerta, para evitar mojarnos, sin mucho éxito. Ella sacó un manojo de llaves de
su cartera, el viento soplaba a nuestras espaldas. Subimos las escaleras hacía
el cuarto principal, para ese momento la pasión y el deseo se habían apoderado
de nuestros cuerpos, de nuestras almas, de nuestras vidas. Ella me había tomado
de la mano, como una madre que dirige a su hijo hacía la escuela. Hicimos el
amor como si el mundo fuera a desaparecer en pedazos, su cabello estaba húmedo
por la lluvia fresca, su cuerpo temblaba, su piel olía a canela. En el cuarto
se respiraba un aire a tristeza, pero no hay nada mejor que amar cuando se esta
triste.
—¿Te gusto? —preguntó, mientras
estábamos tendidos en su lecho.
—¿A qué te refieres?
—Si te parezco bonita,—dijo mirándome con algo de vergüenza.
—Si —contesté, —pareces un
personaje del teatro isabelino.
—¿ Es un piropo o me quieres decir que soy una mujer dramática?
—No, no me estoy quejando, todo lo contrario —agregué.
Era raro
para mí, el haber pasado de ser dos completos desconocidos a ser dos amantes
desnudos en tan corto tiempo.
—Y..
—Te deseo Lottie, te deseo.
A la
mañana siguiente desperté con los rayos de luz que se filtraban por la ventana,
no había rastros de Lottie. En una de las mesita de noche había una fotografía,
una Lottie con varios años menos, llevaba un sombrero cómico, pero de alguna
manera extraña la hacía verse elegante. Sobre la misma mesita reposaban también
tres libros “summer moonshine”,
“cocktail time” del mismo autor P.G.Wodehouse y el otro era un volumen gordo, con
flores impresas en la carátula, decía “Poem for the Day”.
Los
hojeé por unos minutos pero me aburrí.
Me acerqué a la ventana, Lottie me vio y
levanto los brazos, estaba preparando la mesa para el desayuno. Abajo, el
jardín se veía grande, había un caballo esculpido en piedra blanca en el
centro. A los costados habían enredaderas con hojas guindas y al fondo dos
árboles como dos centinelas protegían ese oasis.
—¿Dormiste bien?’—dijo, mientras me servía
el té.
—Como en un cinco estrellas.
—Perdón — dijo alargando la palabra.
—Como en un hotel —le aclaré —de cinco estrellas.
—Oh lo siento —dijo pasándome la
azucarera— Estoy muy tensa, feliz, nerviosa. Es una mezcla de
emociones —respiró hondo y continuó hablando —Me estoy haciendo vieja, quizás debería hacer un curso de yoga.
—Tienes un cuerpo que causaría envidia a las chica de mi generación —dije.
—Oh, Eres muy amable. Es bonito oírte decir eso Nano.
Después se paró y paseo por el jardín. Tenía
un vestido azul con motas blanca que se ceñía a su piel. Sin mirarme dijo —pensarás que estoy loca por haberte levantado en la calle y luego
haberme acostado contigo.
—No —respondí, aunque en el fondo me preguntaba : ¿Por
qué me había elegido a mí?
—No quiero que pienses que hago eso todo el tiempo —dijo mientras volteaba a verme —pero
cuando te vi en la embajada con tu azafate de champán sentí que te conocía de
siempre.
—Lottie, eres una loca. Pero una loca romántica —dije.
Tarde ya, me pidió que me quedará por tres
semanas a vivir con ella. A fines de julio debería viajar al sur de Francia por
unos días y después a Ginebra donde residiría con su esposo por un año. Me
imaginé al esposo, un hombre elegante, algo mayor, de traje y corbata,
trabajando en alguna oficina importante de un banco, una compañía de seguros o
una embajada.
—¿Tienes hijos?’—inquirí. Un sentimiento de
culpa brotó en mí inopinadamente.
—No —dijo y bajó la cabeza, como si la culpa también
hubiese penetrado en ella. Después como quién confiesa una pena, agregó— No, no puedo concebir. Es como si toda mi vida estuviese destinada a
ser sólo una adolescente, como Peter Pan.
Palpé su
rostro con los dedos, se sonrojo como cuando el sol roza el mar. Luego pegó su
rostro sobre mi mano con fuerza y su cabeza quedó ahí apoyada sobre mi mano un segundos.
—Tres semanas —afirmé.
Después, envié un texto al móvil de mi
compañero de cuarto, advirtiéndole que no se preocupara por mi ausencia.
Los días con Lottie fueron como unas
vacaciones en el caribe o en el crucero más lujoso. Hablamos de miles de cosas,
paseábamos por los cafés de la ciudad, por galerías de arte, siempre como si el
mundo fuera a desaparecer a la vuelta de la esquina.
Un día le pregunté por las pinturas que
habían en las paredes de las escaleras, eran hombres gordos, serios, pintados
con pasteles oscuros. En pequeñas placas de metal estaban inscritos sus
nombres, todos apellidaban Jones-Walker.
—¿Son tus familiares? —indagué.
—Oh no, son los familiares de mi esposo —contestó.
Todos se parecían bastante, pensé que el
esposo era una versión más moderna de todos ellos. Lottie había tenido la
delicadeza de esconder todas las fotos de la casa donde aparecía el esposo, me
di cuenta de ello por los espacios vacíos en el decorado, en algunas mesitas de
la sala y en su tocador.
Lottie además de guapa y divertida era
generosa. Siempre regresaba de la calle con regalos, muchas veces estos
consistían en ropa, una chaqueta de pana o unos pantalones rosados de Ralph
Lauren, los cuales nunca usaría en mi vida diaria, sin Lottie acompañándome,
esas ropas eran sólo disfraces para mí.
Lottie se matriculaba en cursos sueltos de
la universidad, generalmente tomaba asignaturas relacionados con las artes y
humanidades, al menos, eso fue lo que entendí.
Así una noche en su jardín habló sobre su
esposo, hasta ese momento no había dicho mucho sobre él, había sabido evitar el
tema.
—Le pregunté a mi marido si podía leer el cuento que debía analizar y
el ensayo que hice sobre ello —dijo. Sorbió té y continuó
—‘Él lee normalmente a un ritmo de un capítulo
por mes, es un hombre muy ocupado, Dios
lo bendiga por ser tan solidario conmigo.
—¿No lee mucho? —pregunté con cierto gozo.
—No, no. Él lee el FT o el Daily Telegraph, pero eso es otro tipo de
lectura —sostuvo su taza de té en el aire por unos segundos —Yo estuve muy contenta cuando dijo que le parecía una lectura muy
interesante, tal vez no tuve una nota académica brillante, no recuerdo muy bien
pero de alguna manera ahora eso parece menos importante —La taza se mantenía suspendida en el aire con una precisión de reloj
suizo.
La noche antes de su partida lloramos, me
imagino que ella intuía que no nos
volveríamos a ver o que esos días juntos eran un lujo que se estaba permitido
sólo una vez en la vida. Con el tiempo me fui olvidando de ella, al principio
pasaba por su calle. Siempre que miraba la casa había un aire de melancolía en
ella. Las cortinas cerradas le daban a la casa el aspecto de un titán ciego y
desvalido.
Así pasaron tres inviernos. para entonces yo
había conseguido trabajo estable en John Lewis y mi situación era mucho mejor.
Más estable, si se quiere decir.
De pura casualidad, un día me encontré a
Daniel cerca a Sloane Square. Se acercó a saludarme y
yo tomé ese gesto como una disculpa. Me contó que James lo había despedido.
Despidieron a varios trabajadores de Gourmet Food por esas
fechas.
—Después de las bombas en el metro de Londres, ya nadie quiere hacer
fiestas en la ciudad —dijo.
Le recomendé a mi jefe y a la semana
siguiente ya estaba trabajando con nosotros como vigilante la zona de cosméticos y belleza. Yo me había
convertido en el jefe de operador de circuito, era un trabajo aburrido, nada
interesante, pero pagaba las cuentas, me daba estabilidad y me permitía ahorrar.
Mi posición consistía en producir informes escritos de
incidentes, también controlaba a los que monitorizaban las cámaras de
seguridad.
Un domingo por la tarde vi
a Daniel, a través de las pantalla de CCTV sujetando a una mujer. Le quité el control a Peter, un muchacho rubio, de Manchester, que
sólo trabajaba por las tardes. Pulsé el zoom y la imagen se agrando en mi
pantalla.
El rostro me era familiar,
tardé unos segundos en reconocerla. Era Lottie no me cabía la menor duda.
Corrí en su rescate, bajé por
las gradas hasta el piso en la sección belleza. El almacén estaba lleno de
clientes y me era difícil encontrarlos. Cuando pensé que todo estaba perdido,
reconocí el uniforme de vigilante de Daniel entre tanta gente. Me acerqué a
ellos.
Daniel la tenía sujeta del
brazo.
—Yo me encargo, es conocida mía —dije. Daniel me miro con sorpresa,
soltó a Lottie y continuó patrullando su
área. En la mano, Daniel se llevaba un producto de la marca Molton que Lottie había escondido en su bolso para robarlo
de esa manera.
La acompañe a la calle.
Lottie había adelgazado, tenía el cabello despeinado y los ojos hinchados casi
inexpresivos.
—¿Te acuerdas de mí? —le pregunté.
—No —dijo con un tono distraído pero con absoluta certeza.
—¿Cómo te llamas? —dije. Cualquier otra persona hubiese tomado esa
pregunta por tonta.
—Oh, me dicen Lottie.
Abrí mi billetera y le di los
tres billetes que tenía. Ella los arrugó
con una mano y los metió en su bolso de plástico negro. Quise besarla pero me
contuve. La vi alejarse con esos huesos frágiles por la avenida agitada y
sombría, cuando una ráfaga de viento trajo un olor a sándalo y canela.
5 comments:
...divertido y relata la vida de mucha gente con semejanzas, y que ineludiblemente te tuve que recordar cuando en AQP en aquellos años la vida empezaba para muchos de nosotros, confieso que no tengo costumbre de leer mucho, pero si puedo decirte que disfrute con el cuento identificandome en algunos pasajes, creo también que las Puma fueron la mejor elección para ayudar a continuar camino después del despido...Un abrazo Gun.
El relato está bien logrado, que logras identificarte con los personajes y vivir sus emociones
Talentoso Gunter Silva Passuni ¡! Humildemente, le vaticino un gran futuro literario... Nada más que decir, saludos para los seguidores del blog ¡!
Muy bonito el guión. La calle da pié a innumerables historias dignas de escribir y si son románticas mucho mejor
y relata la vida de mucha gente con semejanzas, y que ineludiblemente te tuve que recordar cuando en AQP en aquellos años la vida empezaba para muchos de nosotros, confieso que no tengo costumbre de leer mucho, pero si puedo decirte que disfrute con el cuento identificandome en algunos pasajes, cre https://la-voz.net/cultura-chancay/
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