Escritor peruano residente en
Londres. Estudió en la Facultad de Arte de la Universidad Católica del Perú y
en la Universidad Complutense de Madrid. Ha escrito los poemarios: Paraselene,
Coxalgia, El huido y las novelas: Bienvenido a mi vida, dictador (2012), acaba
de publicar: El mundo en el que vivimos (2013). Su siguiente libro: La
educación del mundo será publicado a finales del 2013. Actualmente se encuentra
trabajando su próximo libro, la trilogía Barcelona de nadie que se empezará a
publicar el 2014.
Con relación a su novela “El mundo en que vivimos”, se afirma que el
escritor busca plasmar la realidad tal y como es, y que eso lo lleva a cuestionar
los límites de lo permisible en la búsqueda de la verdad.
El presente relato es trabajo un
narrativo, eficaz y fluido, en el que se
muestra la confusión y soledad que se articulan en el fondo de la
condición humana.
LOS PÁJAROS DE LAS NUBES
Para
entonces ya habían dado las cuatro de la mañana. David con desgano bajó la tapa
de su laptop, se levantó de su escritorio, salió de su habitación, se dirigió a
la salida trasera de su casa, abrió la puerta de la cocina con mucho cuidado
para no despertar a sus padres y luego hizo un suave chasquido para llamar la
atención de Burton –su perro-. Burton reconoció de inmediato aquel sonido y en
un santiamén ya estaba situado a los pies de su amo. David acarició la cabeza
de su incondicional compañero, le revoloteó las orejas, susurrándole algo le
dio un insonoro beso en el hocico, le dedicó unas dóciles palmaditas en la
cabeza de despedida y salió de casa cruzando el jardín.
Ya afuera,
sintió todo su cuerpo distinto. Otra vez respirar el crudo de la calle, el olor
del asfalto, las veredas, sentir el viento en su cara, el polvo. Puso sus manos
en sus bolsillos y en el momento que se disponía a bajar la calle, escuchó un
silbido. Giró la cabeza de inmediato. A unos cien metros se encontraba el vigilante
de la calle que lo estaba saludando levantándole la mano, a lo que David
contestó de la misma forma. «Qué forma más natural de saludar a alguien
saliendo a las cuatro de la mañana por la puerta trasera de su casa», pensó,
sabiendo él mismo que el que estaba cometiendo una extrañeza aún mayor era él;
aunque también pensó que aquel vigilante ya debería estar acostumbrado a sus
salidas de casa por las madrugadas, como de otras cosas también. Agachó la
cabeza y empezó a caminar con dirección al malecón, que estaba a un kilómetro
de distancia. Al llegar, siguió avanzando bordeando el malecón. Todo estaba
oscuro a esas horas. El ruido solo venía del viento que soplaba y de las ramas
de los árboles. Él, como muchas otras veces, no tenía nada en mente por hacer.
La mayoría de las veces se sentaba al pie del barranco a mirar el mar; otras
veces se ponía debajo del puente cerca a la playa y miraba a los pocos carros
que a esas horas pasaban, o se echaba en el pasto para poder mirar mejor las
estrellas, cosas así.
Continuó
bordeando el malecón; muy pronto ya se podían ver, no muy lejos, las inmensas
luces que adornaban el exterior de los locales nocturnos, pubs, discotecas,
peñas que a esas horas continuaban abiertas. David entró a una bodega y compró
dos cervezas. El dependiente lo miró con desconfianza por un momento –David
tenía solo catorce años- pero finalmente cedió. Con las cervezas en la mano se
dirigió a la entrada de la iglesia La Santísima Cruz, que estaba al lado de la
plaza principal, subió por las escaleras hasta quedarse muy cerca del portón de
entrada donde se sentó. De inmediato pudo sentir el fuerte olor a orine, pero
no hizo mucho caso. Abrió la cerveza y le dio un sorbo, luego otro, hasta que
se la terminó. Luego cogió la otra cerveza e hizo lo mismo. Luego se cruzó de
manos y no hizo nada más que mirar a la gente pasar, hablar, gritar, saltar...
-¿Me da
algo para comer, joven? –le dijo un anciano acercándosele con la mano
extendida. David lo miró, hizo un gesto extraño, sacó una moneda de su bolsillo
y se la dio. El anciano agradeció. Agradeció muchas veces, se dio la vuelta y
se fue. Al rato, un tipo subió las escaleras y se dispuso a orinar a escasos
dos metros de él. Luego vio a otro hombre acercarse para hacer lo mismo, y
David pensó que aquella escena probablemente se iría a repetir muchas veces y
decidió alejarse algunos metros de aquel lugar. Se fue hasta al lado de un
puente que se encontraba a dos cuadras de la iglesia.
Ya era
más de las cinco de la mañana. Pronto amanecería. Hacía más frío. David sintió
como las duras brisas de la mañana le empezaban a golpear el rostro. De pronto
vio un perro pasar cojeando; no tenía la pata izquierda delantera. «Seguramente
sufrió un accidente, lo habrán atropellado», pensó. «Seguramente su dueño no lo
habría buscado mucho o quizás ya no lo quería. Seguramente tiempo atrás fue un
magnífico y hermoso perro, con un suave y brillante pelaje, las vacunas al día
y todo; pero sin una pata, peor para él. Seguramente antes era más feliz. Se
quedó solo el pobre. Qué triste se habrá vuelto todo para su vida. ¿En qué
pensamientos invertirá todo su tiempo triste? ¿Aún querrá a su dueño? Seguro
que sí; eso es lo peor de todo. ¿Por qué seremos así los hombres? ¿De dónde nos
vendrá esas horribles cualidades?»
Al rato
dejó de ver al perro y dejó de pensar. No tenía sueño e intuía que todavía no
lo iba a tener. A veces no le caía el sueño sino hasta medio día, cuando
entonces dormía una siesta de dos o tres horas, que solían ser suficientes. Él
mismo no sabía si aquello era resultado de algún problema fisiológico, como
decía su madre –para lo cual lo forzaba a ir a terapias e ingerir medicamentos-
o si inconscientemente los hacía por contradicción, como casi todas las cosas
que hacía. Y aunque él era consciente de que hacer las cosas por contradicción
no estaba bien, sabía que ese era uno de los aspectos de su personalidad que se
le hacía muy duro de controlar.
Cogió una
piedra del suelo y lo tiró hacia abajo. Luego iba sonreír, pero no lo hizo.
Puso su mirada hacía el horizonte. Nubes muy densas estaban ahí, dando la
sensación de haber estado viajando a gran velocidad desde muy lejos pero de
pronto se hubiesen quedado detenidas justo ahí, quietas y manchadas por colores
de tonos helados: celestes violetas, rosados, amarillos. Aquello, David lo
sabía, significaba que pronto vendría la luz del día, lo cual le causó desgano.
Giró su rostro hacia el otro lado del cielo, donde aún todo permanecía en la
oscuridad y con detenimiento empezó a observarlas dibujando una sonrisa en su
rostro. David era así, parecía siempre sentirse propenso por la parte opaca de
las cosas. La parte gris de todo. No es porque él fuese un chico triste, sino
porque –como se explicaba a sí mismo- simplemente con el tiempo sus gustos se
habían inclinado de esas maneras. Sin embargo en ese momento se le ocurrió
pensar: «Debería aburrirme más de lo que me aburro haciendo las cosas que
hago.» Movió su cabeza hacia los lados, observando, como si estuviera
verificando si alguien lo seguía, y luego decidió ir a visitar a Santiago -su
único amigo- que vivía a unos metros de donde se encontraba.
Tocó el timbre. No contestó nadie. Volvió a tocarlo
cuatro veces más y cuando ya estaba a punto de irse, la puerta se abrió. David
no se sorprendió porque sabía que Santiago siempre hacía lo mismo. No tenía ni
la menor idea de quien tocaba su puerta, él siempre abría.
David
subió las escaleras saltando los escalones de dos en dos y en menos de lo que
se podría imaginar, estaba en el cuarto piso. La puerta del departamento de
Santiago también estaba abierta, lo cual tampoco sorprendió a David. Tal vez se
creía muy autosuficiente como para pensar que alguien podría intentar robarle o
hacerle daño, o tal vez porque Santiago era muy popular en el barrio por haber
sido sub campeón inter-barrios en kickboxing, actividad que había dejado hacía
pocos meses para dedicarse enteramente a los estudios de ingreso a la
universidad para estudiar la carrera de abogacía, por insistencia de sus
padres.
-Santiago,
Santiago -dijo David acercándose a él y moviéndolo del hombro. Santiago se
encontraba echado en su cama.
-¿Mmm...?
-Oye, soy
yo, David.
-Mmmm...Ya
lo sé, David, ya lo sé, ¿qué mierda haces tan temprano aquí? Puta madre; apenas
son las cinco -dijo Santiago. Apenas se le entendía. Tenía la boca metida en la
almohada.
-Son casi
las seis, Santiago. ¿Saliste?
-Con la
Mary, David; con la Mary –balbuceó Santiago. Mary era su novia.
-Ah...
-¿Tú?
-Nada;
salí a andar un rato y luego vine.
-Saliste a
andar un rato y luego viniste…
-Sí, fui
por el boulevard, el malecón y después vine.
-¿Y tu
viejita, sabe que “saliste a andar un rato y luego viniste”?
-No, claro
que no.
-Puta madre…, o sea que si suena el teléfono dentro
de poco, ya sabré que es otra vez tu mamá buscándote, ¿no?
David no contestó.
Santiago levantó su torso lentamente, se dio
vuelta, se sentó al filo de la cama, miró a David, que estaba recostado con el
hombro en la ventana, intentó abrir más los ojos y poniendo las manos también
al filo de la cama, le dijo:
-Oye,
David, no puedes hacer todas estas cosas raras que todo el tiempo haces. Tarde
o temprano lo que lograrás es que tus viejos te pongan en un manicomio porque
ya no aguanten más vivir con un loco extraterrestre como tú… ¿Tan difícil es
ser normal?
-¿Tienes
un cigarro?
-Supongo..., debe haber en el cajón... ¿Así que saliste a andar un rato
no? ...Tan chibolo y tan loco, carajo.
-¿Te
quedaste a dormir en casa de la Mary?
-Si me
hubiese quedado a dormir allí, no estaría aquí, durmiendo…, o intentando.
-¿Tu vieja
te dejó su carro?
-No. Me
tiene entre ceja y ceja últimamente. Me anda vigilando minuto a minuto por el
examen de ingreso, y lo peor de todo es que como van las cosas, no creo que
pase esa mierda de examen. Casi no he ido a la academia últimamente.
-No has
ido nunca, dirás. Te quedaste con el dinero de la matricula, ¿te acuerdas?
-Bueno, es
verdad. Me importa un comino; lo necesitaba y ya está... Me jode, carajo; creen
que no dándome dinero me dedicaré a estudiar y al final, mira como resultan las
cosas. Mi madre me va matar; pero bueno…
-Pero
bueno…
-Vuelve de
viaje la otra semana. Ya se me ocurrirá algo. ¿Y tú? ¿Has puesto algún cuento
nuevo en tu blog últimamente?
-No.
-¿Has
escrito algo últimamente?
-No. Un cuento, lo subiré este fin de semana.
-¿Un cuento sobre qué?
-Sobre unos pájaros que viven en unas nubes.
Hubo un
momento de silencio, Santiago se levantó, entró al baño y se escuchó el ruido
del agua saliendo del caño. David se acercó al estante grande. Siempre se
acercaba al estante, y aunque ya se sabía de memoria los libros que había ahí,
igual siempre los miraba. Miraba el titulo de los libros y siempre sacaba uno y
luego sacaba otro y luego otro y así; iba sacando los libros y devolviéndolos.
Esta vez cogió un libro: Historias de cronopios y de famas, que él mismo le
había regalado un año atrás, y lo hojeó. «Pobre Cortázar, que se tuvo que morir
por obligación de sida», pensó. Luego encendió otro cigarro. Ya eran más de las
siete de la mañana, pero era sábado, su madre no lo echaría de menos hasta por
lo menos las nueve o diez. Hoy no había escuela.
Santiago
salió del baño frotando su cabeza con una toalla y se volvió a sentar en el
filo de la cama mirando el suelo.
-¿Y cómo se llama ese cuento de los pájaros que
viven en las nubes?
-Los pájaros de las nubes –respondió él, resuelto.
-Ah –dijo Santiago, tal vez, un poco acostumbrado a
ese tipo de cosas que venían de David.
-Ya va a terminar el año, estoy jodido... ¿y tú?
¿Tú saldrás bien? Tú saldrás bien. Tú siempre sales bien. No sé cómo haces,
nunca te he visto con cuadernos, nunca te he visto estudiando ni nada; siempre
andas en la calle, dando tus vueltitas, faltas siempre al colegio, encima te
han expulsado del colegio el doble de veces que a mí cuando estaba en el
colegio… Y encima tu mamá siempre le dice a mi mamá que está muy preocupada por
ti.
David agachó
la cabeza.
-Pues tu mamá le dice lo mismo a mi mamá. Que no
sabe qué hacer contigo.
-Bueno, ¿de
qué se trata tu cuento?
-De unos pájaros que están heridos y han perdido la
habilidad de volar y viven en las nubes. Después tienes sus crías pero
obviamente no les pueden enseñar a volar.
-Y si llueve las nubes se desintegran, ¿no?
-Sí, pero es que en Lima nunca llueve, ¿no te has
dado cuenta?
-Es verdad. ¿Entonces crees que en Lima las nubes
nunca se desintegran?
-Ese es justamente el tema del cuento. Porque a los
pájaros les viene el problema cuando el verano se acerca y las nubes tienen que
irse hacia mar adentro.
-¿Y qué pasa entonces? –preguntó Santiago tratando
de mostrar interés.
-Pues que se caen al mar, la familia entera. El
cuento termina cuando están a punto de morirse ahogados.
-Pájaros muriéndose ahogados… Es un final un poco
triste.
Hubo un momento de silencio largo. Pero David ya
estaba acostumbrado a que después de hablar sobre sus cuentos, la gente
prefiriera crear silencios. No estaba mal en realidad. Ya al menos atrás habían
quedado las crudas criticas familiares, que después de leer muchos de sus
cuentos, terminaban por, no solo perder la paciencia y la esperanza sino
también el respeto: «¿Cómo se te ocurre poner al protagonista de tu cuento a un
árbol?» «¿Cuándo has visto un cuento de media página?» «¿Por qué todos mueren
en la historia?» «¡En tu cuento no pasa nada!»
-¿Qué vas a hacer mañana? –se animó finalmente a
preguntar David.
-Nada, estudiar un poco, seguro. La verdad es que
estoy jodido si no ingreso. Mi madre me va a matar. A mi padre le da siempre
igual; aunque bueno, esto no creo que le de muy igual. Cuando se enfada el jefe
se enfada mucho...
-No tiene
ningún derecho. No sabe ni cuanto mides, no sabe casi nada de ti; dile que no
joda.
-Pues
aunque no lo creas, mi vieja le hace mucho caso. Lo respeta mucho. Y eso que la
engañó con casi todas las del barrio. Pero, así es el mundo. Todo lo que diga
él; sagrado.
-Pues mala
suerte por ti...
-Tampoco
creas. Él siempre me hace envíos de dinero, me manda regalos y eso. Lo último
que me envió fue la play station que ves ahí... ¿La habías visto antes?
-No,
nunca.
-Me envió
tres juegos también, de puta madre... No, si cuando se porta, se porta; eso no
hay que negarlo. A lo mejor por eso mi madre lo respeta. A ella también le hace
siempre regalos muy caros, y a ella le encantan esas cosas. O a lo mejor sigue
enamorada de mi viejo, yo qué sé. Pero será mejor que haga algo con ese
asqueroso examen de admisión o me va caer una muy pero muy buena.
-Pues la verdad
que sí –dijo David sin ánimo de consolarlo.
Dicho
esto, empezó otro momento de silencio. A lo mejor porque Santiago quería dormir
y David estaba tan aburrido que le daba igual estar callado por horas en
cualquier lugar, y en ese momento, estaba en casa de Santiago.
El
silencio continuó, y continuó...
David,
finalmente iba decir algo, pero no lo dijo; en cambio volvió a mirar por la
ventana. Aunque ahora ya no miraba nada. Tenía la mirada en algún lado dentro
de él y permaneció un rato mas así, hasta que después de otro largo momento se
animó a reaccionar:
-Ya mejor
me voy, Santiago.
Santiago
asintió.
-Ya nos
vemos luego.
-Ya pues,
David –dijo como si de pronto reaccionara-, vuelve a tu casa. No sigas más por
ahí. Te vas a tu casa, te metes al sobre, y ya está ¿okey?
-Sí; eso
pensaba hacer.
-Bueno...,
si quieres llámame luego, y hacemos algo. No sé, algo, lo que sea.
-Sí,
bueno, ya vemos. -David se dirigió hacia la puerta que aún permanecía
entreabierta y la abrió con la punta del pie-. Chau Santiago –dijo, pero
Santiago ya no contestó. Ya estaba dentro de la cama de nuevo. David giró la
manijuela de la puerta para no hacer ruido, y cerró.
Ya eran
las seis de la mañana y las calles estaban vacías. Santiago avanzó con dirección
a casa. Cuando estuvo cerca, otra vez el vigilante le hizo un silbido de
saludo, como si le dijera: «Todo por aquí sigue en orden.» David abrió la
puerta del jardín silenciosamente, hizo un chasquido y Burton inmediatamente se
acercó muy excitado. Empezó a sobar su cabeza con las pantorrillas de David,
movía su cola de forma casi violenta, daba saltos desmesurados -aunque siempre
muy silenciosos-, parecía que quisiese ladrar pero se contenía, sólo pequeños
ruidos hacía, como musitando su euforia. David puso una rodilla en el césped y
le cogió por las orejas
–¿Qué te pasa, Burton, que mierda tienes? ¿Quieres
salir a la calle? ¿Quieres dar un paseo? ...Eh, Burton... ¿Quieres dar un
paseito?
David
volvió a coger la puerta del jardín y la abrió y dejó salir a Burton. Este
salió de la casa dando exaltados saltos y empezando a correr muy rápido como si
tuviera urgencia de algo. Corría, volteaba hacia David, saltaba, ladraba. David
después de un momento de incertidumbre, empezó a correr tras él. Corría muy
deprisa pero Burton corría más rápido aún. Subió la cuesta en fracciones de
minuto y luego continuó corriendo por donde empezaba el barranco que llevaba a
la playa, después subió hasta la punta, que era una especie de pequeño morro y
ahí desapareció.
David
llegó a la cima totalmente exhausto. ¡Dios mío! sí que le costó subir; apenas
podía respirar. Estaban en lo alto del todo. En el mirador. Desde ahí se podía
ver toda la playa, incluso las playas que se encontraban al otro lado del
desembarcadero. David se sentó al pie de un árbol y se quedó finalmente ahí,
tratando de recuperar la respiración.
Todavía había mucha niebla pero se podía distinguir
muchas cosas desde ahí. Hacía tiempo que David no subía hasta aquel lugar.
Cuando era niño no solía haber nadie por aquel mirador. En cambio ahora, era
diferente, siempre estaba poblado, y los fines de semana por las noches era
peor y a David aquello le causaba repulsión. Lo dejaban todo destrozado. Todo
el mirador estaba lleno de basura. Botellas, bolsas, comida, restos de todo
tipo, por lo que aquel lugar despedía un permanente desagradable hedor. «Una
pena realmente, una gran pena», pensó David, que solía jugar aquí cuando era
pequeño. Todo era muy limpio antes. Era muy bonito, tranquilo y hasta mágico.
Al rato apareció Burton; que parecía más tranquilo.
Se acercó a los pies de David agachando la cabeza y dócilmente se sentó.
-Perro
loco... ¿Qué mierda te ha pasado? Un día de estos nos van a botar a los dos de
casa; ya verás. Te parecerá broma, pero ya verás cómo no te gusta estar por ahí
vagabundeando sólo: «pobre perro callejero», te dirá la gente. Nadie te querrá
ni tocar. Te evitarán, Burton, ya verás. -Y Burton parecía comprender bastante
bien. Miraba quieto a David con suma atención, y luego agachó la cabeza, la
puso encima del zapato, y se quedó quieto.
David dio
un golpe suave en la cabeza de Burton, se levantó, y empezaron a caminar de
regreso. Burton ya estaba totalmente calmado ¿Qué era lo que le habría pasado?
David no tenía como adivinarlo, aunque
ya estaba un poco acostumbrado a los extraños comportamientos de su perro.
Llegando a
casa vio una luz en la habitación de su madre. Era una luz bajita.
Probablemente era de la lámpara. Pero ya era de día; sería del televisor... Sí,
era del televisor. Entraron a la casa en silencio, inmediatamente Burton se
dirigió al jardín, David a su habitación.
Subió a
hurtadillas. Con mucho cuidado abrió la puerta de su habitación e ingresó. Ya
adentro, se quedó parado un momento como si le produjese pesar haber vuelto.
Pasó una mirada por toda su habitación mientras su rostro permanecía totalmente
inmutable. Luego se acercó a la ventana y se quedó quieto ahí. De nuevo mirando
lo que sea... probablemente miró varias cosas; no lo sé ¿Qué demonios haces siempre
en las ventanas, David? ¿Qué demonios haces siempre observando todo?
David se
acercó al sofá que tenía al frente de su cama, y se sentó con desgano. No iba a
poder dormir aún y él lo sabía. ¿Por qué no duermes, David? ¿Por qué no te
metes a tu cama de una vez por todas? ¿Por qué no te gusta dormir? ¿Por qué no
te gusta tener sueño? ¿Por qué no puedes hacer nada normal? Porque es la verdad
lo que te dice la gente, David, eres un ser extraño y la gente incluso hasta te
evita.
¿Qué
demonios te pasa?
David
siguió sentado en el sofá, sin hacer movimiento alguno. Probablemente miró
algunas cosas más y pensó en muchas
cosas más, o quizás ya no miraba nada ni pensaba en nada.
¿Qué vas
hacer ahora, David?
David no
dijo nada. Pareció mover la comisura de su labio hacia un lado de su rostro,
pero no dijo nada.
¿Quieres
sonreír, David?
Pero David
ya no se movió más. No quería sonreír, sentía una silenciosa angustia y ansias
por algo que no sabía. Luego cerró sus ojos, dio un profundo suspiro y tuvo
ganas de ya no estar despierto.
2 comments:
Qué interesante blog y qué buenos relatos los que han compilado acá. Estaré visitando con frecuencia, mil gracias por compartir.
"LOS PAJAROS DE LAS NUVES",de Alejandro Herrera.
Tengo una opinión muy clara sobre esto. Es un escritor que ama la palabra, que se va a la cama llevándose una historia y se levanta con los dedos palpitándole por contarla,se deleita por la palabra,se paladea como el buen vino, el que sabe su valor. El modula la idea, poco a poco, para crear un mundo en el que habitarán sus pensamientos. Es un escritor que ríe y llora con sus propias letras,acaricia con la mente y lleva en el espíritu. Eso es un escritor:un apasionado por la creación.
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